Mire usted y atienda bien a lo que vengo aquí a decirle. Este mundo no perdona jamás los fracasos, cierto. Sabe bien que los perdedores como yo no somos indispensables en este pozo del infierno; pero créame también ahora si le digo a usted que los pájaros chachachá llegan más bajo aun, y que jamás serán visionarios ni profetas, aunque los llamen la vanguardia, las cotorras salvajes, los guacamayos, el pavo real.
Se puede ser un gran perdedor como yo, y sufrir en este mundo por supuesto, y es posible en cambio también conseguir el consentimiento general y ser un excelente pájaro mediocre y común, acomodado, ajustado al tiempo en que vivimos, así, piado y aclamado por la pajarera. Ovacionado sin razón. Yo prefiero morirme de hambre a tener que rebajarme a ese mundo de cosas. Aunque para el resto de la bandada sea excelente caer bien parado, como todo gallo pintón.
Usted viene diciéndome en sus cartas desplumadas que es, por cierto, un pichón todavía, un aprendiz, alguien que no está aún preparado para lanzarse a volar. Creo que esa actitud es noble, y más de lo esperado en un sujeto con pocas plumas: realmente algo válido, y más que todo: valiente.
Yo casi no puedo aconsejarle nada, sabe; o mejor dicho, solo tal vez alguna poca cosa importante sobre nosotros los cóndores.
Considero que volar es algo que se sirve de muchísimos intentos fallidos, de estar ahí, firme, ante el vacío, con miedo a equivocarse, a trastabillar. Un ejercicio que se asemeja mucho a una obsesión. Tratar de volar a donde realmente queremos es… como buscar aire en una cajita cerrada. Y lo que yo pueda o no enseñarle, sin embargo, poco tendrá que ver con ese éxito que propone el mundo ave.
Si busca un consejo práctico para ponerse en circulación, pierde el tiempo conmigo. ¿Yo qué podría enseñarle?…; mire dónde estoy. Clavado en esta jaula gris que representa toda mi vida; siempre viví de prestado, emborrachándome en la idea de ser yo y no transar con el mundo de los pajarracos, los flashes, las entrevistas. Jamás me vendí a una norma; jamás pedí permiso para ser. Aunque eso me trajera muchísimo desplume. Aunque tuviese que renunciar a mi cima.
Pero así y todo hay algo que le puedo indicar. Muchos cometen ese error al comienzo de su vida pichón. Ya me había mandado noticias de su primer vuelo: si fuera usted, como primera acción borraría de memoria los tres primeros intentos, porque a mi entender hablan de cómo son los pájaros comunes; pero no de usted mismo.
Un mal pajarillo, un mediocre en realidad, se construye a partir de esa ave tonta que no olvida encender su plumaje para mostrar la falsa luz de su real pavada; quiero decir que quien por querer darse de fanfarrón pierde el equilibrio, confunde el horizonte con un sucio barro y hace de la anécdota una caída. Para ser un cóndor al menos modesto, más allá de si tendrá cimas o no, usted tendría que tomarse el trabajo de lograr ser antes de todo un gorrión secreto. Empiece pensando como si fuese un pájaro anónimo. Eso le va a servir para olvidarse del miedo.
Se preguntará ahora entonces por los otros. Olvídese de los potenciales mata pájaros que pudiera tener; no suman nada a la vida de volar. Son quienes han plantado petróleo en nuestras alas.
Si sigue a este consejero, y si piensa que esta carta le va a traer la clave para una gran cantidad de éxito, entonces olvide todo: ya ve: Soy un fracasado. Los premios y yo no vamos por la misma línea. Pero si después de todo esto, usted insiste en querer ser bueno, piense en sus sueños, los que de alguna manera u otra ya están en su cabeza. Ellos sí son las verdaderas metas. Vuele bajo, empiece volando bajo, pero el corazón y la mirada siempre tienen que estar puestas en la cima de los cóndores; no en los postes del gallinero, ese mundillo lleno de mierda y plumas amontonadas. Es preferible morir pobre pero cóndor que rico y gallina.
Ahora, y a modo de despedida, le pido encarecidamente que me mande con la próxima carta algún tipo de alpiste para llegar a fin de mes. Yo le estaré agradecido.
Suyo, su amigo el cóndor feliz.
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