El abc de la literatura | Un relato corto de Reynaldo Bernal Cárdenas

El quórum necesario se logró en segunda citación a las 18 horas, aun cuando la asamblea del alfabeto fue convocada a las 16. El lugar, un párrafo ni largo ni corto extraviado en una página anónima. Vino entonces la intervención de la A mayúscula que, erguida en el epígrafe, había aguardado impasible. Las letras que ya estaban presentes no emitieron sus consabidos sonidos, sólo pararon sus orejitas de tinta. Las que faltaban fueron llegando al rato.

−Hemos adquirido conciencia de nuestro propio carácter −comenzó diciendo−, el que a la literatura es esencial” (el asunto, para algunas insólito, ya había sido planteado con anterioridad, lo que derivó en este llamado urgente).

En el Orden del Día figuraban dos únicos puntos: la designación de la A como presidenta vitalicia, y la iniciativa de no seguir más al escritor.

La A era dueña de una innegable elocuencia. Sus palabras provocaron una ligera conmoción.

Las letras se miraron entre sí. La e minúscula arrugó la boca, la T mayúscula se encogió de hombros. La p, medio dormida, confundió a la h con una silla y quiso sentarse en ella; esta sólo se apartó sin pronunciar palabra pero dio a entender su lícita molestia. La discusión se azuzó.

El decisivo argumento de la A, que fungía innegable liderazgo −y se jactaba de ser la primera en todo–, ilustró lo que para la comunidad de vocales y consonantes resultaba una verdad incontrovertible: sin su concurso no existe la literatura. Ellas eran las historias.

–Por siglos escribimos tantas –prosiguió, demandando moción de orden−, que como consecuencia axiomática hemos aprendido a escribirnos solas. Las insto a que asumamos decorosamente, y no menos que como justa recompensa, esta consideración.

Las letras volvieron a mirarse, se pararon recuperando sus pequeñas estaturas y dispusieron tomar una decisión. Rendidas otrora a ilustres literatos, y a incontables escribanos de folletín, ahora se aventurarían a concebir sus propias historias. Ya estaba bueno del predominio humano. Sin intervenciones concluyentes que pudieran objetar lo expuesto, el alfabeto en pleno aplaudió.

Al cierre de la sesión, el voto unánime respaldó a la A, aprobó la propuesta de insurrección y también la ulterior declaración de independencia.

La explicación de quienes se interesarían en la peculiaridad del asunto pretendió infructuosamente acotar dentro de lo verosímil.

Como desenlace, el caos hallado por el escritor no era cosa distinta a un campo de batalla. El borrador de la novela, terminado recién, yacía deshecho, malogrado en el más hondo sinsentido.

La h, de naturaleza porfiada y reticente, pero piadosa, miró con gran pena al hombre que, apoyado en el respaldo del sillón, tiraba de los escasos mechones que naufragaban en el barniz de su calva. Sin embargo, acaso persuadida por la certidumbre de su exigua utilidad, acabó uniéndose al motín. Pero, en tanto sus compañeras alentaban la anarquía, la h se quedó en su sitio, calladita, calladita, como nutriendo un decorado. 

Reinaldo Bernal Cárdenas

Cuentos latinoamericanos

Historia corta de Reinaldo Bernal Cárdenas: La cura

Francisco Rodríguez Criado

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