La editorial Navona ha convocado un concurso de cuentos de seis palabras. Este concurso sigue el modelo del famoso cuento de cinco palabras de Hemingway: “For sales: baby shoes, never worn”, que en su versión al castellano se convierte en uno de ocho palabras: “En venta: zapatos para recién nacidos, no estrenados”. Para participar solo hay que entrar en la web de la editorial y añadir el cuento. Los relatos no tienen título y según entiendo deben ser de seis palabras, aunque uno de los que vienen a modo de ejemplo solo tiene cinco:
El escritor Ariel Magnus reflexiona sobre el futuro del e-book y el e-reader en este artículo publicado el 27 de febrero de 2010 en Ñ. Revista de Cultura, del diario argentino Clarín.
“Las apariciones del e-book y del e-reader son las mejores noticias que recibimos los amantes de los libros desde Gutenberg. Reducidas al mínimo las trabas materiales, a partir de ahora el horizonte de reproductibilidad libresca se potencia al infinito. Se acabaron los libros agotados o inconseguibles, los costosos envíos por correo, la angustia sobre qué llevarse a las vacaciones, las bibliotecas públicas insuficientes o la nostalgia de la propia. Se acabaron los monigotes mirándonos desde la solapa, se acabó la memoria fotográfica como único medio de búsqueda. Y se acabaron también los genios incomprendidos que no consiguen publicar, o los pobres intelectuales que no pueden pagarse una edición. Los manuscritos –como se los sigue llamando– ya son libros, y habent sua fata [los libros tienen su destino].
El auge del cuento en la España contemporánea y su consolidación como género literario tienen una deuda con la generación del medio siglo, que incluye algunos de los escritores más relevantes de la narrativa en castellano, como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet, Ana María Matute y Daniel Sueiro.
Escritor Pedro Zalarruki. Fuente de la imagen en Internet
Mi recomendación de la semana: Hotel Astoria, de Pedro Zarraluki
Mi recomendación de la semana recae de nuevo en un libro de Anagrama, y conste que no me llevo comisión. El libro en cuestión, publicado por primera vez en 1997, es Hotel Astoria, de Pedro Zarraluki, novela ambientada en el gris y aburrido franquismo donde, por gracia de la buena literatura, nos topamos con una serie de personajes novelescos que tratan de hacerse un hueco en una sociedad (a la fuerza) convencional y llena de complejos.
Todos los personajes tienen una característica común: su tendencia a caer en el lado peligroso de la vida, incluida la personaje central, Ana, una joven que suspira por habitar un mundo que se parezca a las novelas de Françoise Sagan, tan lejanas de la Barcelona de los años 50.Me interesó del libro su lenguaje literario y el juego de pequeñas elipsis temporales, que le aportan dinamismo.
Neorrabioso es un interesante blog que tiene como objetivo ofrecerles a sus lectores anécdotas de escritores famosos. Una de esas anécdotas, la que hace el número 20, lleva la firma de Gabriel Celaya, y gira en torno a las manías -o simplemente costumbres- de algunos conocidos escritores a la hora de sentarse a escribir.
ANECDOTARIO DE ESCRITORES (20): Manías a la hora de ponerse a escribir.
¿Qué sentido podemos atribuir, por ejemplo, al hecho de que Schiller necesitara el olor de las manzanas podridas que ponía sobre su mesa de trabajo, y a que Balzac, en ciertos momentos, se vistiera de monje para escribir, y a que Kierkegaard encendiera todas las luces de su enorme caserón, y deambulara de una habitación a otra mientras escribía? ¿Despacharemos esta cuestión diciendo que los escritores son estrafalarios y pintorescos, por no decir, un poco locos? Sería una tontería.
Mi recomendación de esta semana no es un libro de ficción sino una biografía, que bien mirado, como suele ocurrir con este género, se lee como si de una novela se tratara. El libro en cuestión es Knut Hamsun. Soñador y conquistador, de Ingar Sletten Kolloen. No es casualidad que alguien se haya encargado de regalarme este voluminoso libro (tiene casi 600 páginas): Knut Hamsun, el Dostoievski noruego, como lo citaba Henry Miller, es uno de mis escritores preferidos.
Los crímenes fueron erradicados completamente de la faz de la tierra en el año X de nuestra era mediante una vacuna.
En el año Y se dejó de sufrir; se descubrieron algunos compuestos sintéticos que daban felicidad total en cada uno de los sentimientos desarrollados en la mente.
A principios de año recibíamos la noticia de que Paul Newman dejaba el cine. En realidad lo que estaba dejando era la vida. Y qué vida, por cierto. El actor octogenario ha sabido labrarse una biografía que haría las delicias de cualquier hombre con ganas de comerse el mundo. Una biografía, eso sí, con luces y sombras.
Resulta que dedicar varias horas diarias a mirar la caja tonta supone una terapia para mucha gente. Algunos amigos, sin ir más lejos, me confiesan lo mucho que les relaja clavar el trasero en el sofá frente al dichoso aparato cada noche después de una dura jornada de trabajo. De esto sabrán bastante los jefazos de las productoras, que han optado por diseñar productos destinados a ciudadanos con el espíritu tan cansado que se diría acaban de recibir una sesión de quimioterapia. Y es que si algo caracteriza a la televisión actual es la escasa o nula calidad de su programación. En esto apenas hay diferencias entre las cadenas públicas y las privadas: uno tiene la sensación de que la mayor parte de los programas de unas y otras han sido concebidos por guionistas ocasionales después de fumarse un canuto del tamaño de un paragüero.
(Artículo escrito y publicado en la revista de literatura judía Raíces en 2004)
Con motivo del centenario del nacimiento de Isaac Bashevis [2] Singer (1904-1991), al que llevo estudiando desde hace años, me permito reflexionar sobre lo poco que se habla de él en los ambientes culturales de nuestro país. Su índice de popularidad es tan bajo que son escasos los lectores que frecuentan hoy su obra, desconocida para muchos. Los editores, con honrosas excepciones, dejaron hace ya tiempo de reimprimir los libros de este prolífico autor [3]. (Ni el propio Singer tenía contabilizados cuántos libros había escrito; se calcula que no deben de andar muy lejos del centenar).
Fue en las estanterías de una librería de viejo donde di una tarde con La casa de Jampol, una segunda edición de 1978 de la desaparecida editorial Noguer. Lo compré cautivado por su sugerente portada, el fondo verde con el título sobreimpreso en letra violeta, en el que se podía verse a dos judíos ortodoxos leyendo los libros sagrados. En un ejercicio de promoción aparecía bajo el título una confesión entrecomillada de Henry Miller: “Si tuviese hoy que volver a empezar a escribir, tomaría como modelo a Singer”. Quizá fuese la alabanza del autor de los Trópicos lo que me animó a comprar no sólo ese libro sino todos los que allí había suyos, a saber: Shosha, La familia Moskat, El mago de Lublin y Krochmalna nº10 [4]. De esta forma tan azarosa, y a un precio módico, se me abrieron las puertas a uno de los escritores más importantes e injustamente olvidados del pasado siglo.
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