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Miguel Ángel Jiménez Guerra
Narrativa Breve, blog de literatura desde 2008: historias cortas, cuentos, poemas, entrevistas literarias…
Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
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Miguel Ángel Jiménez Guerra
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Julio Ardiles Gray. Imagen del director de teatro Rodríguez Muñoz |
“Julio Ardiles Gray fue un escritor y periodista argentino. Su obra, no demasiado conocida, es un ejemplo de gran coherencia narrativa, no sólo por la diversidad de anécdotas, de personajes que desaparecen para reaparecer en otro libro, sino por la estructura común que se proyecta en un mismo clima de alta tensión dramática y poética”.Pedro Orgambide
El cuento seleccionado es una muestra del viejo tema literario denominado “El viaje en el tiempo”, en el que los sucesos vividos en un tiempo de transcurso y desarrollo aparentemente normal significan en realidad el paso de cientos de años con el consiguiente descoloque del protagonista cuando de ello se percata. En dos de los cuentos populares maravillosos recomendados en esta sección se planteaba este tema: en el japonés EL PESCADORCITO URASHIMA, y en el georgiano LA BELLEZA DE LA VIDA. Aunque perteneciente al mismo tema general, el relato que nos ocupa trata de la actualización -con muchas variantes- de una leyenda medieval conocida como «El monje y el pajarillo», leyenda que pretendía explicar de alguna manera el misterio teológico de cómo podía ser el gozo de la eternidad y que tuvo amplia repercusión en el mundo occidental. Aparece situada esta antigua leyenda en numerosos monasterios como el cisterciense de Heisterbach, cerca de Bonn, o el benedictino flamenco de Afflighem, y fue recogida en el siglo XII por Jacobo de la Vorágine en su Leyenda Áurea. En España hay dos versiones importantes: la más antigua sitúa la leyenda en el siglo X, en un primitivo monasterio antecedente del actual San Salvador de Leyre (Navarra) y tenía como protagonista el abad de dicho monasterio, San Virila. La otra versión española de la leyenda está ligada a San Ero, abad en el siglo XII del monasterio cisterciense de Armenteira (Pontevedra) y aparece recogida en la Cantiga CIII de Santa María de Alfonso X el Sabio. En todas ellas se cuenta, con ligeras variantes, la misma historia. Un monje se planteaba obsesionado el misterio de la eternidad. En una de sus meditaciones fuera del monasterio se sentó al lado de un arroyo cristalino y a la sombra de un árbol. Un ruiseñor comenzó a cantar, y el canto del pajarillo era de sonido tan agradable y armonioso, que el monje se olvidó del tiempo que pasaba y se quedó embelesado, escuchando aquel maravillosos canto. Cuando despertó todo era distinto, todo había cambiado porque habían trascurrido doscientos o trescientos años.“La escopeta”, como ya he indicado, es una recreación y transcripción moderna de la vieja leyenda medieval.
¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? –le dijo Chéjov a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse–. Así. –Echó una ojeada a la mesa –cuenta Korolenko–. tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: «Si usted, quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará “El cenicero”. Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero.
Ray Bradbury
UNA VENDETTA
(cuento)
Guy de Maupassant
La viuda de Pablo Savarini habitaba sola con su hijo en una pobre casita de los alrededores de Bonifacio. La población, construida en un saliente de la montaña, suspendida sobre el mar, mira por encima el estrecho erizado de escollos de la costa más baja de la Cerdeña. A sus pies, del otro lado, la rodea casi enteramente una cortadura de la costa que parece un gigantesco corredor, el cual sirve de puerto a las lanchas pescadoras italianas o sardas, y cada quince días al viejo vapor que hace el servicio de Ajaccio.
Sobre la blanca montaña, el montón de casas forma una mancha más blanca aun, como nidos de pájaros salvajes acurrucados sobre su roca, dominando aquel paso terrible en que no se aventuran los barcos grandes.
El viento sin reposo fustiga el mar, que golpea sobre la costa desnuda y se mete por el estrecho, cuyos dos bordes destruye.
La casa de la viuda Savarini, abierta al borde mismo de la costa, abre sus tres ventanas sobre aquel horizonte salvaje y desolado.
Allí vivía sola con su hijo Antonio y su perra «Vigilante», una perraza flaca con pelos largos y bastos, de la raza de los perros de ganado, y que servía al joven para cazar.
Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que … Sigue leyendo
El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento. Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca. Este origen oriental se puede aún hoy reconocer sin dificultad en muchos de los cuentos que nos han maravillado desde niños, y que todavía los leemos o narramos. Así, en muchos casos son orientales sus personajes, sus nombres y su manera de vestir, sus bosques o sus casas y también su forma de comportarse, su mentalidad y, en muchos casos, la «moral» del cuento. Y, por último, es también típica del mundo oriental la manera de entender y de vivir la vida reflejada en los cuentos.
Víctor Montoya
Estamos en San Petersburgo, en 1908, y Archady Avérchenko, la principal figura del movimiento satiriconiano, lee el manifiesto donde amenaza a la sociedad con revelar todas aquellas mentiras y bajezas que imperan en la vida social y política. Arkady está serio, parece molesto, y su voz se alza en medio de aquellos que están acostumbrados a reír con sus escritos y no han percibido, en ellos, ni la más mínima cuota de agresividad. Y es que la lectura a la que comúnmente se sometió este autor, –y que lo llevó a ser el escritor ruso más leído de su época–, acostumbraba seguir rutas establecidas desde una perspectiva distinta, cegados con el brillo de la dinámica y el humor de sus textos, y dejaba de lado quizá lo más importante en sus escritos: el objeto y objetivo de aquella risa. El sonido hueco y oscuro que se escondía en aquellas carcajadas.
La venta de sus libros, por lo demás, –a pesar de continuos exabruptos en reuniones donde parece atacar, siempre tras una sonrisa, a los distintos asistentes–, sigue incrementándose, a la vez que la cantidad de libros publicados es cada vez más abundante, tanto así que en los diez años siguientes a la lectura del manifiesto podemos encontrar más de 40 libros de relatos, sin considerar los pequeños textos para revistas y otras numerosas obras teatrales igualmente exitosas.
Sorprende también encontrar en esa gran abundancia, una variedad de temas casi igual de abismante, historias que ocurren en distintas realidades, en diversos niveles sociales y que encuentran en la naturaleza humana su punto común, el pozo oculto donde Arkady arroja sus carcajadas y las recoge impregnadas de algo que es también la sustancia de otros escritores, que han quedado en la historia como poseedores de una profundidad que a Avérchenko no se le reconoció, a pesar de que está presente de forma transversal prácticamente en todos sus escritos.
Hugo Rivas
En un intenso monólogo, en primera persona y como si fuera un sueño, “El ramo azul” cuenta una extraña historia en un extraño pueblo y con un extraño personaje que con la más pasmosa naturalidad trata de sacarle los ojos al protagonista-narrador para ofrecerle a su novia un ramito de ojos azules. Una escenografía misteriosa envuelve esta historia surrealista que, como es frecuente en la obra de Paz, no sigue la llamada escritura automática,
-¿Qué quieres?
-Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada.
-¿Mis ojos? ¿Para qué te servirán mis ojos? Mira, aquí tengo un poco de dinero. No es mucho, pero es algo. Te daré todo lo que tengo, si me dejas. No vayas a matarme.
-No tenga miedo, señor. No lo mataré. Nada más voy a sacarle los ojos.