Comparto con vosotros la noticia de una novedad tecnológica: el nuevo ereader Kindle Oasis, que es resistente al agua y trae una pantalla de 7 pulgadas, o lo que es lo mismo: 17,7 cm, con alta resolución (300 ppp) y 8 gigas de wifi.
«Creo que Gutenberg e internet son revoluciones de diverso signo. Gutenberg universaliza el libro, y facilita exponencialmente la lectura, porque permite también la creación de las publicaciones periódicas. Internet es más una revolución de la comunicación humana, que permite un flujo de mensajes escritos, hablados y visuales antes insospechado. Internet es un gran instrumento, una gran oportunidad, y como en todo instrumento la clave está en su uso. Nos encontramos, me parece, en la fase de la fascinación (como don Quijote con los libros). Por eso es fundamental pensar, criticar, reflexionar sobre las nuevas tecnologías».
A.B.
Antonio Barnés (Sevilla, 1967) está vinculado al mundo de la literatura desde diversos frentes: como lector avezado, como profesor de universidad, como organizador del certamen literario hispano-árabe “Paso del Estrecho” y como autor. En este último campo hay que señalar Yo he leído en Virgilio. La tradición clásica en el Quijote, ensayo merecedor del III Premio Internacional de Investigación Científica y Crítica “Miguel de Cervantes”, el libro de aforismos Piensa bien y acertarás (BibliotecaOnline, 2012) y el ensayo Elogio del libro de papel, recientemente publicado en la editorial Rialp. Coordina además el blog literario Yo he leído en Virgilio.
En Elogio del libro de papel reflexiona sobre un tema de interés para los amantes del libro y para los usuarios de la tecnología. Con la excusa de este título, charlamos con Antonio Barnés sobre el libro (de papel o digital) y su circunstancia.
La historia de los e-readers está llena de anécdotas, como no podría ser de otra manera. Una de ellas: que Bill Gates, presidente de Microsoft, uno de los hombres más ricos del planeta, desestimó la fabricación del e-reader en una fecha tan temprana como 1998. No es que sus ingenieros le presentaran un proyecto, no. Directamente le pusieron en sus manos un e-reader, que no fue del agrado de Bill Gates porque no encajaba con el entorno de Windows y porque creyó que la pantalla táctil tenía todas las de perder al competir con los teclados físicos.
Estoy tratando de informarme sobre el asunto del libro digital y la piratería, a la que tanto temen las editoriales tradicionales. No voy a pronunciarme por el momento sobre este tema, porque la circunstancia del libro digital está lejos de consolidarse y me gusta ir con pies de plomo hasta formarme una opinión propia. Por ahora tengo la sensación de que todo lo relacionado con los libros digitales es de una fugacidad insoportable, y que un día hace sol y al día siguiente arrecia la lluvia. Sin ir más lejos, hoy mismo he leído un artículo de una escritora española en la que ella misma corrige sus opiniones, publicadas en un blog, sobre la autoedición en Amazon. Y donde antes decía blanco ahora dice negro (o viceversa).
Esta mañana se ha puesto en contacto conmigo un compañero de letras para preguntarme qué opinión me merece el rumbo que están tomando los libros, en concreto los digitales. Mi amigo, que debe de saber más que yo del asunto, me ha citado el libro Gratis, El futuro de un precio radical, de Chris Anderson, un autor que yo desconocía. He buscado información sobre su libro y he descubierto que se trata de una eminencia en el mundo empresarial que ha pronosticado que en Internet todo acabará siendo gratis o casi gratis, incluido los libros. Y ese es, según él, el camino adecuado.
La circunstancia del libro digital parece imprevisible, por mucho que algunos parezcan saberlo todo al respecto. Aunque la tendencia juegue a su favor, sigo leyendo noticias que vienen a confirmar -o acaso a insinuar- que el libro digital avanza… al tiempo que retrocede. Sí pero no (o no pero sí). Sin ir más lejos, el dibujante japonés Satoshi Kitamura dijo recientemente, durante su intervención en la XXVI Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, que «compañeros de profesión que no han conocido el papel» están volviendo al antiguo soporte (esto es: a los libros en papel).
Siete minutos. Libro digital de Francisco Rodríguez Criado (Amazon, 2012). A la venta en Amazon
La publicación de Siete minutos (2003) en La Bolsa de Pipas, en su colección La Guantera, dirigida por el escritor Román Piña, me supuso una pequeña gran alegría. Era la primera vez que publicaba fuera de Extremadura, circunstancia que me facilitó la posibilidad de que nuevos lectores, lectores de fuera de mi región natal, pudieran leer e interesarse -en mayor o menor medida- por mis cuentos breves. El libro tuvo una acogida más que aceptable, con reseñas en Babelia (El País), Abc Cultural, El Mundo (en su edición balear), EL PERIÓDICO Extremadura ,Diario HOY y en otras muchas publicaciones literarias.
Releer Siete minutos me ha supuesto un viaje emocional al pasado, que arranca, de algún modo, con el atentado de las Torres Gemelas, ocurrido horas antes de que yo comprara el piso al que me fui a vivir y en el que escribí la mayoría de las historias incluidas entre sus páginas.
Las mejoras económicas y sociales conseguidas por China en las últimas décadas no deben ocultar la degradación a la que se ven sometidos sus habitantes como consecuencia de la pervivencia del totalitarismo comunista.
El libro digital, profeta de estos tiempos sin dioses, representa a la vez el cielo y el infierno. Para algunos visionarios (uso el adjetivo sin intención peyorativa), el libro digital abre las puertas del cielo a los editores y escritores que ahora podrán ofertar sus obras sin necesidad de hacer grandes inversiones. El lector, por su parte, cuenta con un catálogo interminable de títulos (novela, ensayo, cuento, poesía, etcétera) a los que puede acceder con un solo clic, sin abandonar el mullido sofá del salón, a veces a precios muy económicos.
Acabo de leer un artículo donde se afirma que el libro digital es el futuro y que gracias a él el escritor no tiene que venderse a las editoriales, ni sufrir sus filtros arbitrarios. Todo eso está muy bien, pero sigo pensando que es un error pensar que todo es negro o que todo es blanco. No pretendo convertirme en abogado del diablo, y tampoco de las editoriales, pero si bien es cierto que muchas veces no estoy de acuerdo con sus movimientos, que obedecen demasiado a menudo no a criterios literarios sino comerciales (o meramente personales), tampoco creo que prescindir de ellas sea la panacea. El libro digital ciertamente le abre las puertas a todo el mundo, pero yo me pregunto: ¿todo mundo es escritor?
Las editoriales hacían de filtro (imperfecto, pero filtro en cualquier caso), y en la medida en que el mundo se concentre en la autoedición digital ese filtro dejará de ser absolutista (antes, sin editor no publicabas). Ahora que no hay portero podrán colarse a la boda los buenos sin padrino pero también los malos que vienen al convite sin conocer siquiera a los novios.
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