
El tal Lucas es el mismo tal Julio. Desde allí, parapetado tras esa identidad de niño o adolescente, el escritor lanza sus dardos y sus ideas a veces excéntricas y geniales, a veces extemporáneas, sobre lo humano y lo divino. En sus escritos exhibe un pensamiento transgresor como sus “tips” de cómo lustrarse los zapatos o de cómo hacer el amor en una bicicleta. La crítica ha dicho que Un tal Lucas más que un libro con historias y ficciones es un compendio genial contra los tontos graves. Y no deja de estar en lo cierto.
El libro reúne una colección de ideas negras, de sandeces geniales, de un teatro con luces apagadas y los actores dándole al segundo acto, de velas sin pabilo y de picarones sin hoyo. Julio Cortázar amaba lo diferente. Él mismo un día leía en éxtasis a Baudelaire y más tarde se iba al boxeo a ver cómo Monzón le sacaba a mierda al “Mantequilla Nápoles”.
Veamos tres ejemplos de su original forma de combatir las voces de los tontos graves.
Por Ernesto Bustos Garrido