Microrrelatos
Microrrelatos, microcuentos, relatos de bolsillo, microficciones, cuentos mínimos, relatos relámpago… Llamadlos como queráis. El caso es que aquí encontraréis centenares de microrrelatos de los mejores autores, desde Augusto Monterroso, Marco Denevi o Jorge Luis Borges pasando por Franz Kafka o Edgar Allan Poe.
Sentaos y disfrutad. Como muestra, os dejo un microrrelato de gran calidad.
Microrrelato de Augusto Monterroso: El conejo y el león
Un célebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no solo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el célebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
Microrrelato de Aloysius Bertrand: El albañil
El albañil Abraham Knufer canta, con la llana en la mano, andamiado en los aires, tan alto que cuando lee los versos góticos de la campana mayor nivela con sus pies la iglesia de treinta arbotantes con la ciudad de treinta iglesias.
Ve a las tarascas de piedra vomitar agua desde las pizarras al abismo confuso de las galerías, las ventanas, las pechinas, los pináculos, las torrecillas, los techos y armazones, que mancha con un punto gris el ala sesgada e inmóvil del terzuelo.
Ve las fortificaciones que se recortan en estrella, la ciudadela que se yergue como una gallina en medio de una hogaza, los patios de los palacios donde el sol seca las fuentes y los claustros de los monasterios donde la sombra gira en torno a los pilares.
Las tropas imperiales se han albergado en el arrabal. He ahí un jinete que tamborilea más lejos. Abraham Knufer distingue su sombrero de tres picos, sus cordones de lana roja, su escarapela atravesada por un alamar y su cola anudada con una cinta.
Todavía ve algo más, soldadotes que, en el parque empenachado de gigantescos ramajes, en anchos céspedes de esmeralda, acribillan a tiros de arcabuz un pájaro de madera fijado en la punta de un mayo.
Y por la tarde, cuando la nave armoniosa de la catedral se adormece, acostada con los brazos en cruz, distingue desde la escala, en el horizonte, una población incendiada por gentes de armas, que flameaba como un cometa en el azur.
- Bertrand, Aloysius (Autor)
12 minificciones de Manuel Pastrana Lozano
GANADORES Y PERDEDORES ¡Nunca más otra guerra, ésta es la última! –exclamaron los ganadores. ¡Hasta que inventen la próxima! –respondieron los perdedores. Y tampoco será la última –agregaban por lo bajo. La cuarta, con palos y piedras, dijeron parafraseando al gran genio, uno de los creadores de la bomba atómica. EL ÚLTIMO EN SABERLO –Y … Sigue leyendo
El mejor microrrelato de la Historia
El que tiene fama de ser el mejor microrrelatista de las últimas décadas, consagrado por público y crítica, acaba de pergeñar una pieza literaria. Todo un valioso ejercicio de economía del lenguaje (solo 127 palabras), una brillante ficción en la que, manera sutil, explica cómo entiende el futuro de la humanidad.
Microrrelatos en ‘Diario Sur’ (Concurso Pablo Aranda)
Diario Sur está publicando los microrrelatos seleccionados en el III Concurso de Microrrelatos SUR Premio Pablo Aranda, en versión online y en papel. Uno de los microrrelatos es mío: “La explosión”.
El periódico seguirá publicando los microrrelatos elegidos los domingos y luego, en fecha que desconozco, otorgará un primer premio y dos menciones especiales.
7 píldoras narrativas de Manuel Pastrana Lozano
Lo apodaban “la fiera” o “el mortero”. Nunca fallaba los penales, era garantía de gol seguro. Sus tiros violentos y su feroz eficacia eran el terror de los porteros, que siempre ansiaban que no hubiese penales durante los partidos en los que él jugaba. En esas raras ocasiones, la gente se iba decepcionada de los estadios esperando una próxima oportunidad para ver al verdugo fusilando de nuevo a sus desgraciadas víctimas.
Providencia (Microrrelato de Javier Santos Rodríguez)
Vengo a hablarle, virgencita, tal vez sea que usted me falló, supongo que sin querer, o porque hay un plan divino que no conozco. En realidad, no debe ser su culpa, claro, porque usted no tiene pecado alguno, ¿no es cierto? Pero no se me ocurre cómo decirlo y pensarlo mejor. Soy una muchacha de pueblo chico, y bien que lo sabe, y también sabrá entender que a mí me cuesta la catequesis y los misterios de Dios.
La mano del hombre (Microrrelato de Francisco Rodríguez Criado)
–¿Te das cuenta? –aleccionaba el padre al niño señalando las Torres Gemelas en su visita turística a la ciudad de Nueva York–. Sin la mano del hombre, tanta grandeza no sería posible.
Justo un par de segundos después, la gente, alarmada, comenzó a gritar y a correr en desbandada, presa del pánico. Algunos, incapaces de sortear la curiosidad, tratando de comprender miraban hacia arriba con el rostro desencajado.
‘Cromosomas’, de Francisco Rodríguez Criado. Así se gestó un relato ganador de un premio literario
Cierto día, hace años, cuando salía con Chico y señor Mario del colegio-guardería, vino hacia nosotros un amiguito de Mario para decirnos que en su casa tenía un dragón. Todas las tardes corría hacia nosotros, aunque estuviera lejos, para darnos daba el parte, y siempre lo hacía con mucho énfasis, como si se tratara de un asunto de Estado. Aquella tarde señor Mario, en vez de preguntarle por el dragón, se limitó a decirle que Chico era su hermano, a modo de presentación.