Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
Atravieso rápido los paisajes lentos de la Mancha y de las dehesas de Extremadura, como si no quisiera despertarlas, y me prendo de los perfiles que sostienen los campos ligeramente abultados. Enganchados a ese horizonte infinito está mi escueto presente: sus gentes y la tierra que los habita.
Las ciudades también duelen y cuanto antes lo asumamos será mejor. Algo más para añadir a la lista de cosas que nos torturan. Qué frágiles somos. Hay una frase que dice que al lugar donde fuimos felices no se debe volver. Supongo que porque nunca nada es lo que era y porque, desgraciadamente, la felicidad no se repite.
Mediodía en Kensington Park, de Javier Sánchez Menéndez
Mediodía en Kensington Park, de Javier Sánchez Menéndez
Javier Sánchez Menéndez nos presenta su publicación más reciente: Mediodía en Kensington Park (Colección Tierra, Ed. La Isla de Siltolá).
Como si de una mirada al ayer se tratase, el autor nos ofrece treinta relatos inundados del color de la nostalgia. Paseos entre luces y sombras, un halo antagónico del devenir, un vivir muriendo.
«Hermosas escenas de la noche (dos)», de Uberto Stabile
Sabes que no es el momento de dialogar en oscuras habitaciones, mientras caen los hermanos vencidos en las calles acuarteladas de la ciudad. Sabes que de Pompeya a Hiroshima, de Auschwitz a Guernika, no encuentro motivos para no desnudarnos y hacer el amor. Sabes que si lo hacemos así, sin su consentimiento, sin justificaciones, sin su futuro, si lo hacemos así, no tendrán más remedio que levantar un muro y reclutar escépticos verdugos.
Al despertarse mordieron la calidez del pan, así probaron la dulzura de abrir y cerrar esas cortinas que cubren la textura del beso, del soterrado beso, del absuelto beso que vaga por el matinal camino de la sábana.
Se levantaron y echaron a rodar una nueva jornada, así contaminaron los elevados pasos de este día. Con el olor de la tinta que imprimen las malas noticias perturbaron los pensamientos que parten el tiempo con el silábico ritmo de los relojes, con la gracia exhumada del instante.
Vi tu rostro en la voz de lo que rezo y la historia de tu cuerpo, desde entonces. Son mis cimientos el lenguaje de la infancia: los niños nunca saben de elocuencia.
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