Historia corta de Sherwood Anderson: Nadie lo sabe

relato corto de Sherwood Anderson

George Willard fue avanzando en la oscuridad por la callejuela, caminando con cuidado y precaución. Las puertas traseras de las tiendas de Winesburg estaban abiertas y pudo ver a muchas personas sentadas a la luz de las lámparas. En el tienda Myerbaum’s Notion vio a la señora de Willy, el dueño de la taberna, de pie junto al mostrador, con una cesta en el brazo; la atendía un empleado que se llamaba Sid Green. Éste le hablaba con gran interés, inclinaba el cuerpo sobre el mostrador sin dejar de hablar.

Anhelo inconfesable. Un relato erótico en tiempos del coronavirus | Carlos Aponte Rodríguez

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Camila y Gonzalo fueron desengañados al día siguiente, cuando se enteraron por la radio de que los aplausos habían sido dirigidos al personal sanitario, fuerzas del orden y profesionales de servicios esenciales. Pero no se desanimaron: fue tal la satisfacción experimentada la tarde anterior, que decidieron ponerse con los preliminares a eso de las siete, calculando que, para las y media, estarían ya en pleno tema y a las ocho en punto alcanzando el clímax.

A los muertos no se les llora (historia corta de Sebastián Willis Ortiz)

A los muertos no se les llora, cuento

La lluvia cesó. Caminaba dubitativo, nostálgico y desconcertado. Mamá no me dijo nada sobre la venta de la casa, ni mucho menos me informó de su nuevo paradero. Al cruzar la extensa avenida, paré cerca de una cafetería para prender un cigarrillo. Miraba a cualquier lado, pensando en mi presente incierto, y también pensaba en mamá. Luego de unos minutos salieron de la cafetería los señores Franklin.

Ícaro (un relato corto de Sergio Pitol)

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En este relato corto, «Ícaro», el autor mexicano Sergio Pitol, de quien ya leímos la historia corta «Amelia Otero«, narra en esta ocasión un desasosegante día de narrador que ve una película japonesa en el Festival Cinematográfico de Venecia, un película que, sin poder evitarlo, le perturba, pues narra la muerte de un amigo. Gracias … Sigue leyendo

La caja de música (un relato corto de Pío Baroja)

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Hacia finales del siglo XIX conocí en París a uno de tantos españoles que pululan por allí. Era un riojano, a quien llamábamos Luis el de Nájera, porque hablaba con frecuencia de este pueblo, que debía de ser el suyo. Luis no sabía el francés necesario para hacerse servir en el restaurante, y se mostraba al mismo tiempo reclamador y exigente, como si quisiera que le atendieran los que no le entendían.

Cuento de terror de Pedro Benengeli

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Una paz muy alemana en un día de fiesta, sin apenas encuentros al cruzar por pueblecitos silenciosos de perfectas casas ordenadas, limpias aceras y cerrados comercios. Algo, sin embargo, había en el ambiente que no resultaba normal, una sensación de inquietud que no casaba con aquella calma ni con el precioso día primaveral que habían escogido para la excursión. Algo amenazador que se reflejaba, hasta con dulzura, en las nubes de aquel cielo velazqueño.

El escarabajo de oro (historia de Edgar Allan Poe)

el escarabajo de oro

Hace muchos años trabé íntima amistad con un caballero llamado William Legrand. Descendía de una antigua familia protestante y en un tiempo había disfrutado de gran fortuna, hasta que una serie de desgracias lo redujeron a la pobreza. Para evitar el bochorno que sigue a tales desastres, abandonó Nueva Orleans, la ciudad de sus abuelos, y se instaló en la isla de Sullivan, cerca de Charleston, en la Carolina del Sur.

Una historia sobre el cine y la ficción: El hallazgo

Gene Tierney, película

La misteriosa mujer caminaba con una elegancia fuera de lo común; en cierto modo, parecía una figura fantasmagórica que se deslizara por el pavimento casi sin tocarlo. Y yo, exultante de emoción, y con un zapato en cada mano, la seguía como un espía de película. Sí, estaba emocionado hasta los tuétanos, porque desde que vi por primera vez, en mi ya lejana adolescencia, a Gene Tierney en su papel de Laura, el célebre filme de Otto Preminger, había convertido a la bellísima actriz en la protagonista de mis fantasías eróticas más inconfesables.

El único relato que escribió (o al menos publicó) el poeta Ernesto Cardenal

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Yo soy sueco. Y comienzo declarando que soy sueco porque a ese simple hecho se deben todas las extrañas cosas que me han sucedido (que algunos considerarán increíbles) y que ahora me propongo relatar. Yo soy sueco, pues, como iba diciendo, y vine, hace ya muchos años, por una corta visita, a esta pequeña y desventurada república de Centroamérica —en la que aún me encuentro— buscando un ejemplar de una curiosa especie de la familia de las Iguanidae no catalogada por mi compatriota Linneo