Una historia sobre la Primera Guerra Mundial

historia sobre la primera guerra mundial, Paul Auster, Creí que mi padre era Dios

Paul Auster y su mujer, la escritora Siri Hustvedt, están detrás del libro Creí que mi padre era Dios, publicado en España por la editorial Anagrama, que recopila 180 relatos cortos enviados por los escuchantes de un programa radiofónico en el que colaboraba Auster. (En realidad, recibió 4.000 relatos, de los que escogieron los 180 antes citados).

Si quieres saber más acerca de cómo se gestó el libro, escucha este podcast de Libros.fm.

Una historia que me contó una amiga (Relato corto de la escritora norteamericana Lydia Davis)

cuento Lydia Davis, amor homosexual

El otro día, una amiga me contó una historia triste sobre un vecino suyo. Él había empezado a escribirse con un desconocido a través de un servicio de citas online. El amigo vivía a cientos de kilómetros, en Carolina del Norte. Los dos hombres intercambiaron mensajes y después fotos y en poco tiempo estaban teniendo largas conversaciones, primero por escrito y después por teléfono.

Cuento de Hector Hugh Munro (Saki): Tobermory

La ansiosa atención de todos se concentraba en la personalidad negativamente hogareña del señor Cornelius Appin. De todos los huéspedes de lady Blemley era el que había llegado con una reputación más vaga. Alguien había dicho que era «inteligente», y había recibido su invitación con la moderada expectativa, de parte de su anfitriona, de que por lo menos alguna porción de su inteligencia contribuyera al entretenimiento general. No había podido descubrir hasta la hora del té en qué dirección, si la había, apuntaba su inteligencia. No se destacaba por su ingenio ni por saber jugar al croquet; tampoco poseía un poder hipnótico ni sabía organizar representaciones de aficionados. Tampoco sugería su aspecto exterior esa clase de hombres a los que las mujeres están dispuestas a perdonar un grado considerable de deficiencia mental.

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Cuento de Francis Scott Fitzgerald: El curioso caso de Benjamin Button

El curioso caso de Benjamin Button
Francis Scott Fitzgerald. Fuente de la imagen.

Muchas personas conocieron la historia de El curioso caso de Benjamin Button gracias a la película protagonizada, entre otros, por Brad Pitt y Cate Blanchet y Julia Ormon. Y no saben -porque la literatura rara vez alcanza la misma popularidad que el cine- que está basada en un cuento del gran escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald. A continuación podéis leer el cuento. Es más bien largo, pero merece la pena.

Al final del cuento os dejo vídeo con una entrevista (subtitulada) que le hicieron a Brad Pitt, Cate Blanchet y el director de la película, David Fincher.

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El curioso caso de Benjamin Button

I

Hasta 1860 lo correcto era nacer en tu propia casa. Hoy, según me dicen, los grandes dioses de la medicina han establecido que los primeros llantos del recién nacido deben ser emitidos en la atmósfera aséptica de un hospital, preferiblemente en un hospital elegante. Así que el señor y la señora Button se adelantaron cincuenta años a la moda cuando decidieron, un día de verano de 1860, que su primer hijo nacería en un hospital. Nunca sabremos si este anacronismo tuvo alguna influencia en la asombrosa historia que estoy a punto de referirles.

Les contaré lo que ocurrió, y dejaré que juzguen por sí mismos.

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Cuento de Flannery O’Connor: El tren

Cuento de Flannery O'Connor
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Relato corto de Flannery O’Connor: El tren

De tanto pensar en el camarero casi se había olvidado de la litera. Le tocaba una de arriba. El hombre de la estación había dicho que podía darle una de las de abajo y Haze le había preguntado si no tenía de las de arriba. Al acomodarse en el asiento, Haze se había fijado en que, encima de su cabeza, el techo era redondeado. Ahí estaba la litera. Bajaban el techo y ahí estaba, y para subirte tenías que usar una escalera. No había visto ninguna escalera por ahí; supuso que las guardarían en el armario. El armario estaba justo por donde se entraba. Cuando se subió al tren había visto al camarero de pie, delante del armario, poniéndose la chaqueta del uniforme. Haze se había parado justo en ese instante, justo donde estaba.

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Cuento de Edgar Allan Poe: Los crímenes de la calle Morgue

Cuento, Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue
Edgar Allan Poe. Fuente de la imagen

Cuento de Edgar Allan Poe: Los crímenes de la calle Morgue

La canción que cantaban las sirenas, o el nombre
que adoptó Aquiles cuando se escondió entre las mujeres,
son cuestiones enigmáticas, pero que no se hallan
más allá de toda conjetura.

 Sir Tomas Browne

Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas son en sí mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce. Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Goza incluso con las ocupaciones más triviales, siempre que pongan en juego su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición. La facultad de resolución se ve posiblemente muy vigorizada por el estudio de las matemáticas, y en especial por su rama más alta, que, injustamente y tan sólo a causa de sus operaciones retrógradas, se denomina análisis, como si se tratara del análisis par excellence. Calcular, sin embargo, no es en sí mismo analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, efectúa lo primero sin esforzarse en lo segundo. De ahí se sigue que el ajedrez, por lo que concierne a sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, es apreciado erróneamente. No he de escribir aquí un tratado, sino que me limito a prologar un relato un tanto singular, con algunas observaciones pasajeras; aprovecharé por eso la oportunidad para afirmar que el máximo grado de la reflexión se ve puesto a prueba por el modesto juego de damas en forma más intensa y beneficiosa que por toda la estudiada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen movimientos diferentes y singulares, con varios y variables valores, lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido (error nada insólito) con lo profundo. Aquí se trata, sobre todo, de la atención. Si ésta cede un solo instante, se comete un descuido que da por resultado una pérdida o la derrota. Como los movimientos posibles no sólo son múltiples sino intrincados, las posibilidades de descuido se multiplican y, en nueve casos de cada diez, triunfa el jugador concentrado y no el más penetrante. En las damas, por el contrario, donde hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las probabilidades de inadvertencia disminuyen, lo cual deja un tanto de lado a la atención, y las ventajas obtenidas por cada uno de los adversarios provienen de una perspicacia superior. 

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Los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia: «La pata de mono», de W.W. Jacobs

Pata de mono

 

 
En Memorias de un viejo profesor. La lectura en el aula, Miguel Díez R. nos recuerda que «La pata de mono», variante de los cuentos de los tres deseos, era uno de los preferidos de Gabriel García Márquez. Tanto es así, que lo consideraba

el cuento perfecto, compacto e intenso, una joya del género, en el que todo cuanto sucede es casual y que tiene como principio articulador un refrán oriental: «Ten cuidado con lo que pides porque tus deseos se pueden hacer realidad».

 

W.W. Jacobs escribió este cuento en 1902, y forma parte del libro The Lady of the Barge (La dama de la barca). Borges también lo eligió como uno de sus cuentos preferidos

 

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Cuento breve recomendado: «Una vendetta», de Guy de Maupassant

Guy de Maupassant, escritor francés
Guy de Maupassant, escritor francés. Fuente de la imagen

UNA VENDETTA

(cuento)

Guy de Maupassant

La viuda de Pablo Savarini habitaba sola con su hijo en una pobre casita de los alrededores de Bonifacio. La población, construida en un saliente de la montaña, suspendida sobre el mar, mira por encima el estrecho erizado de escollos de la costa más baja de la Cerdeña. A sus pies, del otro lado, la rodea casi enteramente una cortadura de la costa que parece un gigantesco corredor, el cual sirve de puerto a las lanchas pescadoras italianas o sardas, y cada quince días al viejo vapor que hace el servicio de Ajaccio.

Sobre la blanca montaña, el montón de casas forma una mancha más blanca aun, como nidos de pájaros salvajes acurrucados sobre su roca, dominando aquel paso terrible en que no se aventuran los barcos grandes.

El viento sin reposo fustiga el mar, que golpea sobre la costa desnuda y se mete por el estrecho, cuyos dos bordes destruye.

La casa de la viuda Savarini, abierta al borde mismo de la costa, abre sus tres ventanas sobre aquel horizonte salvaje y desolado.

Allí vivía sola con su hijo Antonio y su perra «Vigilante», una perraza flaca con pelos largos y bastos, de la raza de los perros de ganado, y que servía al joven para cazar.

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Cuento breve recomendado: «El fondo del alma», de Emilia Pardo Bazán

"Escritora", "Emilia Pardo Bazán"
Escritora española Emilia Pardo Bazán. Fuente de la imagen

«El gran número de cuentos -más de medio millar- y su calidad literaria colocan a doña Emilia Pardo Bazán en un lugar preeminente en la literatura española del siglo XIX. La mayor parte fueron publicados en la prensa periódica de su tiempo, sobre todo en El Liberal, El Heraldo, El Imparcial o Blanco y Negro. Algunos aparecieron, además, en publicaciones extranjeras, francesas, inglesas, alemanas, argentinas y cubanas.

Sus cuentos suelen ser breves, con un interés bien graduado, donde se han limitado voluntariamente el espacio, el tiempo, las descripciones o las digresiones para alcanzar una intensa concentración de ingredientes. Numerosas veces el final, inesperado, se expresa cargado de dramatismo o, incluso, sólo se sugiere pero manteniéndose idéntica fuerza. Otras, aparecen sucesos posteriores o comentarios que aminoran el efectismo del desenlace. En muchas ocasiones, la autora recurre a fuentes previas, orales o escritas. Es el viejo recurso de la utilización de pretextos, transmitidos por boca de otros, para dar veracidad al relato. Se plasman las conversaciones del narrador con otros interlocutores, uno o varios, acerca de un asunto concreto sobre el que se relata una historia que es el cuerpo del cuento; pero, también, una confidencia puede serlo o un hecho del que alguien ha sido testigo.

La creación cuentística de la escritora coruñesa fue recogida por ella misma en diferentes colecciones. Los grupos suelen ser temáticos, pero no siempre. Con bastante frecuencia se sigue el criterio cronológico de seleccionarlos por la proximidad de la fecha en que fueron publicados en la prensa. Resulta, no obstante, enormemente dificultoso, por el elevado número y por la notable variedad, clasificarlos debidamente. Por el contenido puede intentarse una primera aproximación, pero con dudoso éxito, pues quedan fuera demasiados cuentos. Tal vez, el conjunto más coherente sea el que refleja la vida gallega, tanto el mundo rural como el urbano. El primero, en sus diversos aspectos -el clero, el campesinado, los hidalgos de los pazos, el caciquismo, la emigración…-, se aborda en diferentes series, como Un destripador de antaño (1900), Del terruño, integrada en El fondo del alma (1907), y Cuentos de la tierra (1922). Es la Galicia profunda de Los pazos de Ulloa, cruel, bárbara e ignorante, la que inspira estas narraciones, más naturalistas que las novelas así consideradas tradicionalmente. La realidad urbana de A Coruña, en sus distintos ambientes sociales, es la que se observa en los Cuentos de Marineda (1892)».

Ermitas Penas Varela

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Cuento breve recomendado: [“Cada vez que oía pasar un avión…”], de Sam Shepard

Sam Shepard
Escritor estadounidense Sam Shepard. Fuente de la imagen

Los textos de “Crónicas de Motel” [el libro al que pertenece el cuento que hoy recomiendo] invitan a reflexionar sobre el cruce de géneros. Uno piensa en crónicas y de inmediato llueven como claves de un denominador común los nombres de Truman Capote, Hunter Tompson, Martín Caparrós, Leila Guerriero y Ryszard Kapuscinski, por nombrar sólo algunos de los exponentes más representativos de esta vertiente del periodismo. En este caso, Shepard parece ir un paso más hacia adelante, apropiándose de ciertos mecanismos de la crónica -pero sobre todo del cuento- para plasmar primero una suerte de híbrido (ni crónicas ni cuentos; los dos a la vez) y después una hoja de ruta de lo que parece haber sido un tramo de su vida hacia finales de los setentas y principios de los ochentas.

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