
Meses atrás escribí sobre la novela en que se ha convertido la desaparición de Diana Quer. Si el misterio sobre Diana atesora los componentes de una novela en toda regla, lo de Madeleine McCann es ya un folletín por entregas digno del siglo XIX.
Se cumplen diez años desde que la niña se esfumó –tenía entonces tres años de edad– de un complejo hotelero en Portugal mientras sus padres cenaban a 60 metros del apartamento que ocupaban en alquiler. En estos años la imaginación desbordada de miles de ciudadanos ha situado a la niña en tantos países como podamos localizar en el mapamundi. Madeleine está en todas partes y, desgraciadamente, en ninguna.
Sea por satisfacer nuestros buenos deseos o por alimentar la curiosidad, sería deseable que el caso Madeleine se cerrara cuanto antes (a ser posible, con final feliz). Pero quién se atreve a suspirar por un final feliz en una novela destinada quizá a perpetuarse ad aeternum.