En esta página hemos hecho una selección de cuentos africanos. ¡Disfrútalos!
UN CUENTO AFRICANO
Un antropólogo estudiaba los usos y costumbres de una tribu en África, y al estar siempre rodeado por los niños de la tribu, decidió hacer algo divertido para ellos. Consiguió una buena porción de dulces de la ciudad y los colocó dentro de un canasto decorado con cintas y otros adornos y luego dejó el cesto debajo de un árbol.
Así, llamó a los niños y coordinó un juego, que consistía en que cuando el dijera “Ya”, tenían que correr hasta el árbol y el que primero agarrase el cesto sería el ganador y tendría todos los dulces exclusivamente para él solo.
Los niños procedieron a colocarse en fila, esperando la señal acordada.
Cuando dijo “Ya”, inmediatamente todos los niños se tomaron de las manos y salieron corriendo juntos en dirección al canasto. Todos llegaron juntos y comenzaron a dividirse los dulces, y, sentados en el piso, comieron felices.
El antropólogo fue al encuentro con ellos e indignado preguntó por qué tuvieron que ir todos juntos, cuando podrían haber tenido uno de ellos el canasto completo.
Fue ahí cuando ellos respondieron:
“UBUNTU, UBUNTU!! ¿Cómo solo uno de nosotros podría ser feliz si todo el resto estuviera triste?”
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Cuento africano: Las aventuras de Sowe
La madre de Sowe murió cuando él era sólo un niño. Su padre se casó entonces con una mujer llamada Kumba. Con Kumba, el padre de Sowe tuvo tres hijos. Desde que su padre se casó con Kumba, Sowe empezó a tener problemas con ella porque Kumba quería que Dembo, su hijo mayor, heredara las propiedades de su padre. Ella entonces se prometió a sí misma deshacerse de Sowe.
El primer plan de Kumba para deshacerse de Sowe consistía en colocar veneno en su comida y ponerla en la cabaña de Sowe. Cuando éste llegó de la selva, llamó a sus dos hermanos más pequeños, los hijos de Kumba, su madrastra, para sentarse y esperar en su cabaña mientras él iba a buscar un poco de agua al pozo. Desdichadamente, los dos chicos tenían prisa por probar la deliciosa comida que había en la cabaña. Se apresuraron a comer un bocado cada uno, antes de que Sowe volviera del pozo.
Cuando regresó, encontró a los dos chicos echados en el suelo muertos, y empezó a correr gritando:
–¡Ayuda! ¡Socorro!
Los mayores, que estaban sentados, se precipitaron dentro de la cabaña de Sowe, pero se encontraron con Kumba que dijo:
–Ha sido la comida que di a Sowe. Nunca pensé que podía ser mala. ¡Oh! ¡Dios mío, ayúdame!
Y así fue cómo los dos chicos que ella amaba murieron.
Sowe continuó con su rutina diaria de llevar el ganado a pastar lejos, para volver siempre tarde por la noche.
Pero su madrastra aún estaba en su contra y continuaba planeando para hacerle daño. En estos momentos, ella fue a ver a un chamán, que sabía preparar unas pócimas hechas de hojas secas mezcladas con raíces. Éste le dijo que tenía que poner el preparado en el suelo, exactamente donde Sowe pasaba cada día al llegar a casa. Le prometió a Kumba que el muchacho no viviría para ver la luz del siguiente día.
Cuando Sowe llegó con el ganado ese día, el gran y viejo toro llamado Bunkari le informó, con voz muy grave, que ese día no debía entrar en el poblado por la puerta trasera como hacía todos los días. Sowe llegó después de dejar al ganado detrás de la plantación de mandioca, y corrió hacia el enorme poblado, dando la vuelta para entrar por la puerta principal. Saludó a los ancianos que estaban sentados alrededor del fuego y caminó hacia su cabaña. Cuando Kumba lo vio, corrió hacia la puerta trasera con una escoba y limpió las poderosas hojas secas que había esparcido en aquel lugar, la trampa para Sowe, que había escapado por segunda vez con la ayuda de Bunkari, el gran toro. Ella estaba dudosa y se preguntaba qué clase de espíritu había hablado con Sowe para ayudarlo a escapar de esa trampa. La mujer se había prometido que Dembo, su hijo mayor, sería el único heredero del ganado, las ovejas, las cabras y los caballos cuando muriera su marido, porque Dembo era el único hijo que le quedaba. Un día Kumba le dijo a Dembo:
–Nosotros nunca vamos a compartir nada con el chico que se quedó sin madre cuando era pequeño, al cual yo había cuidado e incluso amamantado contigo, mi verdadero hijo.
Entonces ella ideó el último plan. Dembo tenía la misma edad que Sowe y eran más o menos de la misma estatura. Kumba les propuso a los dos que se quedaran esa noche en su cabaña porque ella debía asistir en Bantaba a una boda. Su intención era que cuando los chicos durmieran, ella iría a la cabaña donde se encontrasen y sacaría a Dembo para llevarlo a otra cabaña y dejar a Sowe solo. Luego incendiaria la cabaña y éste sería el final para Sowe.
Sowe se encontraba en su viaje diario hacia la selva y el camino era seco y polvoriento. Por la noche, cuando volvía a casa, todo el rebaño parecía enfadado, como si todas las reses supieran lo que iba a suceder cuando llegasen.
Bunkari, el viejo toro, demostró su poder espiritual por última vez: se quedó más lejos, detrás de los otros, caminando muy lentamente, moviendo su enorme cabeza de izquierda a derecha, y parando de vez en cuando para levantar el polvo rojo con sus patas delanteras, haciendo caer la arena en su espalda. Cuando el viejo Bunkari hace estos gestos se sabe que quiere dar un mensaje a Sowe o al resto del rebaño. Por ejemplo, cuando una res es vendida, antes de que se la lleven, el viejo Bunkari lo sabe. Entonces, llora y murmura durante la noche anterior a que la vaca sea mandada con el carnicero.
Ahora, el viejo Bunkari sabe que hay un plan en la casa de sus amos en el pueblo. Sabe que consiste en que los chicos se quedarán dormidos en una cabaña, y entonces Kumba sacará a su hijo Dembo antes de incendiarla.
Bunkari sabe que sólo existe una forma de salvar a su amo, Sowe, y es diciéndole lo que su madrastra ha planeado para él para que así pueda encontrar una vía para escapar del peligroso plan. El espíritu del viejo Bunkari le ha informado de que pueden pasar dos cosas distintas. Una de ellas es callarse para salvar su propia vida, y la segunda es revelar el plan para salvar a Sowe. Pero entonces, el viejo Bunkari no verá el sol el día siguiente, porque morirá después de que el fuego haya destruido toda la cabaña.
Bunkari se encontraba detrás del rebaño y de vez en cuando se paraba y gemía, luego miraba detrás de él. Sowe se acercó silenciosamente a él y le puso la mano en el cuello dándole un ligero masaje, y le llamaba con nombres como “el héroe de la luz de la luna”, “el padre de la selva lluviosa”, “el amo de las nubes oscuras de la noche”. Él estaba muy contento y lo expresaba levantando sus patas delanteras del suelo y gimiendo. Entonces, lloró estridentemente y luego lo hizo más suavemente, cada sollozo significaba muchas palabras que sólo Sowe era capaz de entender. Le dijo al chico que Kumba, la madrastra, había construido el último y más malvado de los planes para acabar con su vida. Le explicó entonces qué había planeado Kumba exactamente.
Cuando Sowe llegó al pueblo después de la puesta de sol, dejó al ganado y puso al viejo Bunkari debajo de un enorme mangó vallado con tallos de maíz y se dirigió hacia la plazuela, al lado del fuego, para encontrarse con los ancianos que siempre se encontraban allí reunidos. Más tarde cenó con Dembo y volvió al lado del fuego para escuchar las historias que contaban los viejos.
Kumba llegó a la reunión justo antes de medianoche, y les preguntó a Sowe y a Dembo si querían ir a su cabaña a dormir, porque ella debía ir a Bantaba para asistir a una boda. Los muchachos estrecharon las manos a los ancianos y les agradecieron por las historias que les habían contado. Entonces se alejaron con Kumba.
Cuando llegaron a su cabaña, Kumba les advirtió que no jugaran con nada que encontraran porque podían romper algunas de sus cosas, y les dijo que se fueran directamente a la cama.
–Sowe debe levantarse temprano mañana por la mañana para sacar al ganado a pastar -añadió y se marchó.
Como Sowe aún tenía muy presente el consejo de Bunkari, le pidió a Dembo antes de dormirse que se cambiasen las ropas.
–Dembo, ya verás qué divertido será mañana por la mañana cuando Kumba te vea con mi ropa –dijo Sowe.
Dembo estuvo de acuerdo y los chicos se cambiaron la ropa antes de acostarse. Kumba encontró a los dos chicos durmiendo cuando llegó, pero ella confundió a Sowe con su hijo. Llevó a Sowe a otra cabaña antes de regresar a la suya para incendiarla con su verdadero hijo dentro. Volvió por el camino trasero para que nadie la viera. Antes de que pudiera llegar al centro del pueblo, las llamas eran ya tan grandes que se veían las sombras desde las cabañas cercanas. Los habitantes, al ver el incendio, salieron de sus cabañas gritando “¡Safari! ¡Dimba! ¡Yeeteh!”
Todo el pueblo se precipitó hacia la cabaña de Kumba. Las mujeres echaban agua mientras los hombres usaban trapos para apagar el fuego. A pesar de todos los esfuerzos, el viento soplaba a favor del fuego. Una hora después la cabaña estaba completamente quemada, no había nada excepto los huesos y las cenizas de Dembo. Uno de los hombres llamó a los otros y se pusieron de acuerdo para descubrir las causas del accidente. Llamaron a Kumba, que en esos momentos no paraba de gritar:
–¡Allah u akbar!, mis hijos estaban dentro durmiendo.
Uno de los ancianos le dijo que estuviese atenta y que escuchara su pregunta. Le dijo que diera los nombres de los que dormían en la cabaña.
–Los dos muchachos, Dembo, mi hijo, y Sowe, el hijo de la primera esposa de mi marido –dijo–. En Bantaba vi las llamas que salían de mi cabaña y corrí hacia aquí con otras mujeres.
Su historia era corta, mezclada y con puntos sin explicar. Lloraba lágrimas de cocodrilo mientras sus ojos estaban tan blancos como un grano de arroz. (En su corazón pensaba que era Sowe el muchacho que encontraron entre las cenizas.) Uno de los ancianos sugirió que mirasen en otras cabañas porque sólo se encontró un cuerpo en la cabaña accidentada. Durante la búsqueda, encontraron a Sowe durmiendo en la cabaña donde fue llevado por su madrastra antes de que ella incendiara la otra cabaña. Sowe fue llevado allí con las ropas de Dembo puestas. Todo el mundo estaba confundido. Le preguntaron que explicase lo que había sucedido.
–Yo estaba durmiendo con Dembo en la cabaña. Yo no sé cómo pude escapar, ni por qué llevo puestas sus ropas –dijo deliberadamente mal.
Se oía un fuerte ruido de la multitud. Todos pensaban que un gran espíritu había venido para salvar a Sowe y que Kumba debía pagar por sus malvados actos. Dijeron a otras mujeres que estaban en un grupo separado, chismorreando, que debían aprender de los errores de Kumba.
Kumba se sentía tan disgustada que corrió hacia el pozo y saltó. Se rompió el cuello y murió. A la mañana siguiente, cuando Sowe sacó el ganado, encontró muerto al viejo Bunkari debajo del árbol de mangó. Llamó a su padre y ambos cavaron una tumba profunda con una lápida y enterraron al viejo toro.
La comadreja y su marido
La Comadreja dio a luz un hijo, y, llamando a su marido, le dijo:
–Búscame unos pañales como a mí me gustan y tráemelos.
El marido quería complacer a su mujer y le preguntó:
–¿Qué pañales son esos que a ti te gustan?
Y respondió la Comadreja:
–Quiero una piel de elefante.
El pobre marido se quedó perplejo ante tales pretensiones y no pudo abstenerse de preguntar a su cara mitad si por ventura no había perdido la cabeza.
La Comadreja, por toda contestación, le arrojó la criatura a los brazos y salió inmediatamente y a toda prisa. Buscó al Gusano, y, así que lo encontró, le dijo:
–Compadre, mi tierra está llena de hierba; ayúdame a renovarla un poco.
Y cuando vio al Gusano atareado, escarbando, la Comadreja llamó a la Gallina y le dijo:
–Comadre, mi hierba está plagada de gusanos y necesito tu ayuda.
La Gallina echó a correr, se comió al Gusano y se puso a rascar el suelo.
Un poco más adelante, la Comadreja encontró al Gato y le dijo:
–Compadre, andan gallinas en mi tierra; bien pudieras en mi ausencia dar una vuelta por mis posesiones.
Un instante después el Gato había devorado a la Gallina.
Mientras el Gato comía a sus anchas, la Comadreja dijo al Perro:
–Patrón, ¿vas a dejar al Gato en posesión de esa tierra?
El Perro, furioso, corrió a matar al Gato, porque no quería que hubiese allí más amo que él.
Pasó por aquellos lugares el León, y la Comadreja lo saludó con respeto y le dijo:
–Señor mío, no te acerques a ese campo, que pertenece al Perro.
Al oír esto el León, poseído de envidia, se arrojó sobre el Perro y lo hizo mil pedazos.
Por fin asomó el Elefante, y la Comadreja le pidió auxilio contra el León. Y el Elefante entró como protector en la tierra de la que le imploraba auxilio. Pero ignoraba la perfidia de la Comadreja, que había abierto un hoyo muy grande, disimulándolo con infinidad de ramas.
El Elefante, al caer en el lazo, se mató, pero antes había ahuyentado al León, que, temeroso, se refugió a toda prisa en la selva.
La Comadreja arrancó la piel del Elefante y se la presentó a su marido, diciéndole:
–Te pedí una piel de elefante y me llamaste loca porque juzgaste mi deseo como el mayor desatino. Mediante Dios, la he obtenido y aquí la tienes.
El marido de la Comadreja ignoraba que su compañera era el animal más astuto del mundo y ni remotamente soñaba que lo fuese más que él.
Pero entonces lo comprendió. Tal fama consiguió la señora con su ardid que, desde lo ocurrido, se dice: ¡Es más astuto que una Comadreja!
Cuento africano: Los gemelos con una sola cabeza
Una vez había unos gemelos que sólo tenían una cabeza para los dos. Sus nombres eran Sainey y Sana. A pesar de tener una sola cabeza no estaban de acuerdo. Sana era fuerte pero obstinado. Sainey era débil pero agudo.
Un día Sana le dijo a su hermano:
-Quiero ir a la guerra.
Sainey sabía que su hermano era tozudo y no quiso escucharlo. Por tanto, le dijo:
-Deja que primero lo consultemos con nuestros padres y que nos den su opinión.
Sana les contó su plan. Su madre dijo:
–No deben ir.
Su padre dijo:
–No deben ir.
Pero Sana estaba decidido a ir. Y Sainey fue forzado a ir.
A pesar de sus esfuerzos no pudo salvar a su hermano: Sana murió en el campo de batalla. Y con dolor Sainey cantaba:
Sana, tu madre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Tu padre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Ahora el muerto y el vivo
deben ir en una sola tumba
Oh gente del pueblo
Esto es extraño.
Cogió el cuerpo de su hermano desde el campo de batalla hasta el camino. Débil, Sainey tuvo que arrastrar el cuerpo. Y de este modo lo llevó hasta su casa. Los padres se acercaron a ellos. Cuando vieron lo que había ocurrido, su madre lloró, su padre lloró. La gente del pueblo fue a consolarlos. Y Sainey cantó su canción:
Sana, tu madre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Tu padre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Ahora el muerto y el vivo
deben ir en una sola tumba
Oh gente del pueblo
Esto es extraño.
La gente del pueblo cargó con ellos hasta su campamento, donde fueron enterrados en una sola tumba.
La tortuga y el leopardo
La tortuga iba caminando despacio por el bosque, tan despacio iba que daba un pasito a la izquierda, y siete años después daba otro pasito a la derecha. A pesar de ir tan despacio, un día la tortuga cayó en un agujero y dijo:
-“Esto me pasa por ir tan deprisa. ¿Dónde he caído yo? Acabo de caer en un agujero, es decir una trampa. Me han puesto una trampa. Tengo que salir de aquí”.
Cuando la tortuga buscaba la manera de salir del agujero, de repente cayó dentro un leopardo. Y la tortuga dijo:
“Por lo menos ya somos dos”.
Después, ella se quedó pensativa, y se acercó al leopardo y le dijo:
“Tú leopardo, ¿qué haces en mi casa? ¿Tú no sabes que este agujero es mi casa? ¡Has entrado en mi casa sin permiso! ¡Fuera de mi casa! ¡Vete ahora mismo!”
El leopardo pensó:
“Yo soy el leopardo, soy más grande, y soy más fuerte. No puedo permitir que una simple tortuga me amenace”.
Y furioso, el leopardo se lanzó sobre la tortuga, la levantó y la lanzó fuera del agujero. La tortuga siguió caminando despacito como siempre.
Cuento africano incluido en el libro Cuentos del conejo y otros cuentos de la gente albina de Mozambique
Imagen: Pixabay
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