En cuanto a mi amiga, declaro que nunca estuvo tan linda, ni tan alegre, ni tan dulce. Esto no tendría nada de extraordinario si la pobre durmiera bien; pero el aire de mar, aunque el de aquí no es el de Mar del Plata, la desvela y noche a noche toma pastillas. Los muchachos del Richmond me habían asegurado: «Hay que viajar solo. Si cargas con mujer, acabas loco y aborreciéndola». Que haya ventajas en viajar solo, no lo niego; pero a lo largo del itinerario —y no es poco lo recorrido antes de llegar a Saint-Tropez— nunca tuve ganas de librarme de Amalia.
Para Silvina Ocampo, la sufrida esposa de Adolfo Bioy Casares, las fechas constituyen pilares fundacionales en su vida. Ella nació el 28 de julio de 1903, trece años después que su hermana Victoria. Cuando conoció a su esposo, éste era once años menor que ella. Se fueron a vivir junto a la casa de Adolfo (una especie de casa quinta o estancia en los suburbios de Buenos Aires). Gran escándalo social, grande.
Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aun la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud…
Margarita o el poder de la farmacopea, una gran historia de Bioy Casares
En el cuento «Margarita o el poder de la farmacopea», Adolfo Bioy Casares nos introduce en una historia a prori contemplativa, en la que un farmacéutico reflexiona, a partir de cierto reproche que le hizo su hijo, sobre los aspectos negativos del éxito. El cuento, sin embargo, acaba abandonando ese estela filosófica y da un giro inesperado, climático.
Bioy Casares escribió bastantes cuentos, y muy buenos. No es fácil, pues, hacer una selección. Pero para mí «Margarita o el poder de la farmacopea» es desde luego uno de sus cuatro o cinco mejores cuentos. No leerlo es pecado. Y no tengo más que decir.
Adolfo Bioy Casares, autor de Las aventuras de un fotógrafo en La Plata
Las aventuras de un fotógrafo en La Plata, de Adolfo Bioy Casares (fragmento)
Alrededor de las cinco, después de un viaje en ómnibus, tan largo como la noche, Nicolasito Almanza llegó a La Plata. Se había internado una cuadra en la ciudad, desconocida para él, cuando lo saludaron. No contestó, por tener la mano derecha ocupada en la bolsa de la cámara, los lentes y demás accesorios, y la izquierda, con la valija de la ropa. Recordó entonces una situación parecida. Se dijo: “Todo se repite”, pero la otra vez tenía las manos libres y contestó un saludo que era para alguien que estaba a sus espaldas. Miró hacia atrás: no había nadie. Quienes lo saludaron repetían el saludo y sonreían, lo que llamó su atención, porque no había visto nunca esas caras. Por la forma de estar agrupados, pensó que a lo mejor descubrieron que era fotógrafo y querían que los retratara. “Un grupo de familia” pensó. Lo componía un señor de edad, alto, derecho, aplomado, respetable, de pelo y bigote blancos, de piel rosada, de ojos azules, que lo miraba bondadosamente y quizás con un poco de picardía; dos mujeres jóvenes, de buena presencia, una rubia alta, con un bebé en brazos, y otra de pelo negro; una niñita, de tres o cuatro años. Junto a ellos se amontonaban valijas, bolsas, envoltorios. Cruzó la calle, preguntó en qué podría servirles. La rubia dijo:
Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente.
Fueran cuales fueran los resultados -declaró el enfermo, tres días después de la operación- la actual terapéutica me parece muy inferior a la de los brujos
[vc_row][vc_column width=»1/1″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_column_text] A Bioy Casares le bastaron catorce palabras (quince, si contamos el título) para pergeñar este microrrelato, que tiene aire de greguería de Ramón Gómez de la Serna. Esta minificción está incluida en Mil y un cuentos de una línea (Thule, Barcelona, 2007). TIGRES Adolfo Bioy Casares (microrrelato) El tigre cebado … Sigue leyendo
Mempo Giardinelli recoge en Así se escribe un cuento (Ediciones B, 1992) la entrevista que le hizo a Adolfo Bioy Casares en la casa de este, una mañana de domingo de 1989. Durante el transcurso de la entrevista, Giardinelli elogió «En memoria de Paulina» como el cuento que más le gustaba de todos los escritos por Bioy Casares.
Podríamos convenir que se trata de la típica ficción de Bioy Casares, con una propuesta a priori realista abocada finalmente a una resolución fantástica.
«En memoria de Paulina» es uno de los seis cuentos de La trama celeste, publicado en 1948.
Cuando entró en el edificio, buscó las escaleras, para subir. Encontrarlas era difícil. Preguntaba por ellas, y algunos le contestaban: “No hay.” Otros le daban la espalda. Acababa siempre por encontrarlas y por subir otro piso. La circunstancia de que muchas veces las escaleras fueran endebles, arduas y estrechas, aumentaba su fe. En un piso había una ciudad, con plazas y calles bien trazadas. Nevaba, caía la noche. Algunas casas -eran todas de tamaño reducido- estaban iluminadas vivamente. Por las ventanas veía a hombres y mujeres de dos pies de estatura. No podía quedarse entre esos enanos.
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