No hay que confundir al narrador con el autor

narrador, autor, mentiras

 

Andrés Casanova, escritor y crítico literario cubano, reflexiona sobre la flexibilidad del narrador a la hora de articular una historia. O lo que es lo mismo: expresa su opinión sobre lo que puede y no puede hacer un narrador.

Estas reflexiones fueron publicadas en su blog el 25 de septiembre de 2010.

El narrador

Dentro de la gran mentira que es la narración, el narrador es otra mentira más. Pudiera parecer pedante, pero hay que repetir aquí lo dicho y sabido por muchos: nunca el narrador es el autor aunque lo parezca, porque de ser así, el autor se vería metido dentro de una camisa de fuerza: no podría seleccionar como narrador a un ente distinto de sus propias concepciones morales, políticas y estéticas (no podría reproducir personajes que no cumplan su propio estatuto como individuo). Por ejemplo: no podría haber un narrador analfabeto; un autor del sexo masculino y sin desviaciones sexuales no podría escoger como narrador a una mujer o un homosexual; un monárquico no podría escoger como narrador a un republicano. ¿Ustedes imaginan un cuerpo legal con por tantos, por cuántos y artículos para escribir una novela? Sencillamente, no habría novelistas.

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La autenticidad en la literatura

Juan Villoro
Juan Villoro. Fuente de la imagen

Esto no es un texto discursivo sobre la autenticidad en la literatura. O sí lo es, bien mirado… Se trata de un minúsculo ensayo –si se le puede llamar así– dentro de una ficción: El testigo (XXII Premio Herralde de Novela), novela de ese primer espada de las letras mexicanas que es Juan Villoro (para mí, uno de los mejores escritores latinoamericanos). En este caso, cabe recordar que quien diserta sobre la autenticidad (o verosimilitud) literaria no es Villoro exactamente, sin uno de sus personajes. (Aconsejo como lectura complementaria «No hay que confundir al narrador con el autor«, donde se recogen reflexiones literarias sobre este tema del escritor cubano Andrés Casanova).

Este breve texto de Villoro demuestra que la ficción puede ser una vía de expresión didáctica tan eficiente como el propio ensayo. 

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