
LA CASQUIVANA MUERTE
Sobre la muerte se pueden decir muchas cosas y todas ellas negativas. Es cicatera, casquivana e injusta, y ataca cuando menos se la espera. Tratar de sortear su abrazo envenenado es tan legítimo como –en ocasiones– inútil, porque es ella, y sola ella, quien elige el momento, el lugar y la víctima. Hay personas (y personajes, como el del microrrelato “El suicida”, de Enrique Anderson Imbert), que hacen todo lo posible por acabar con sus vidas… sin éxito. Otros, sin embargo, ven cercenado el calendario de sus días de la manera más inesperada. Que se lo cuenten al buen hombre que falleció el pasado sábado en El Retiro mientras jugaba con sus dos hijos pequeños. Dicen que fue la rama de un árbol podrido la que causó su muerte, pero si vamos más allá de los hechos periodísticos el causante de este drama no fue la podredumbre de un árbol sino la de nuestras propias vidas, que echan raíces en arenas movedizas.