Cuento breve recomendado: «Los ojos de Celina», de Bernardo Kordon

 

 

Portada de Un taxi amarillo y negro en Pakistán y otros relatos kordonianos, de Bernardo Kordon
“Los ojos de Celina” es un ejemplo magistral de cuento breve realista escrito con una prosa fluida y efectiva, muy elaborada, aunque sin pretensiones estilísticas y carente de artificios literarios. La trama se desarrolla linealmente y con acusada rapidez mediante una ajustada estructura que presenta todos los ingredientes de una “crónica negra”, pues no debe olvidarse que el autor escribió este cuento después de haber leído en un periódico el caso de una mujer que había envenenado a su nuera.

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Cuento breve recomendado: «Sin mañana», de Bernardo Kordon

Bernardo Kordon
Bernardo Kordon. Fuente de la imagen
El cuento «Sin mañana» se publicó en Crónicas fantásticas, Buenos Aires, edit. Jorge Álvarez, 1966, una magnífica antología en la que, además del cuento de Kordón, se seleccionan relatos de Abelardo Castillo, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, E. Anderson Imbert, Felisberto Hernández y el norteamericano Truman Capote.
M.D.R.

Cuento de Bernardo Kordon: Sin mañana

Lo molesto ocurre al comienzo. Los familiares alborotan todo en el preciso momento que uno ansía y alcanza la tranquilidad. Felizmente en ese mismo instante nos separa de la vida un velo de apretada trama y un cristal más duro que el acero. Desde el otro lado contemplamos las últimas imágenes de, la vida, que se desvanecen como sombras y humo. Un fogonazo gris se traga a los que lloran y rezan. Ya estoy muerto y mi última imagen del mundo de los vivos es la de ese joven desconocido que vi asomado en la puerta de mi dormitorio. Simplemente un intruso que miró con ansiedad y conmiseración al moribundo. Ese gesto se instala en mí, se identifica conmigo. Comprendo que ese desconocido que me observa detrás de toda mi familia soy yo mismo. Es él quien siempre me siguió paso a paso, y me espió día y noche. Ahora se instala en mí. En el momento de morir soy como un guante vacío, que se inmoviliza y enfría. Entonces una mano se introduce para darle nueva vida. Ya no somos dos, sino uno solo. Ahora soy ese otro que nunca conocí. Y ya es tarde para encontrarle cualquier semejanza. Lo tengo dentro de mí. No tiene rostro. Yo tampoco lo tengo. Estamos uno dentro del otro. Tensos y reposados, esperamos la partida. Igual que en un avión. A través del duro cristal y del tupido velo observamos las sombras del mundo de los vivos. Siguen acumulando flores, llantos, palabras y más palabra. Yo veo a través de los ojos del otro, y el otro mira a través de mis ojos. A ambos nos sorprende esa desesperada e inútil dispersión de gestos y más gestos. Me domina el orgullo de estar muerto y creo que la expresión de mi máscara no lo disimula.

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