Microrrelato de Carlos Sardinero: Una noche muy larga
Entré sediento de rubia espumosa al único bar que había abierto en el bulevar latino. Hasta que no bebí un trago largo no fui consciente del panorama de ojos nublados que ofrecía el mostrador tras el que se encontraba la jefa, una dominicana de tetas como sandías, labios gruesos, ojos negros y un peinado de numerosas trenzas como esqueletos de serpientes. A un extremo de la barra, un dominicano beodo daba lecciones de geografía caribeña a una gorda beoda que se lamentaba por haber dejado marchar a Nueva York a su negro del alma.