
El relato “El Cerezo de la Nodriza” –recopilado por el escritor grecoirlandés nacionalizado japonés Lafcadio Hearn (1850-1904) en el libro Kwaidan, pronunciado kaidan, que es el nombre generalizado de los cuentos fantásticos y de terror japoneses– es una leyenda que me ha estremecido como pocas y, sin exagerar, me ha causado verdaderos escalofríos
Por cierto, una variante de esta misma leyenda también está incluida en el libro Kwaidan, con el título “Juuroku-zakura”, «El Cerezo del Día Decimosexto». En esta versión de la historia, es un anciano samurai de la provincia de Iyô quien ofrece su propia vida mediante el ritual del Seppuku –la palabra que se utiliza comúnmente en Japón para denominar lo que nosotros conocemos como “harakiri– para que el querido cerezo bajo el que jugaba en su niñez y que ya estaba marchitándose pudiera recuperar su esplendor. El espíritu del samurái entró en el cerezo, y desde entonces el árbol siguió floreciendo en el día decimosexto del mes primero cada año.