Hay en Madrid
infinidad de muchachos llamados Paco, diminutivo de Francisco. A propósito, un
chiste de sabor madrileño dice que cierto padre fue a la capital y publicó el
siguiente anuncio en las columnas personales de El Liberal: PACO,
VEN A VERME AL HOTEL MONTAÑA EL MARTES A MEDIODÍA, ESTÁS PERDONADO, PAPÁ;
después de lo cual fue menester llamar a un escuadrón de la Guardia Civil para
dispersar a los ochocientos jóvenes que se habían creído aludidos. Pero este
Paco, que trabajaba de mozo en la Pensión Luarca, no tenía padre que le
perdonase ni ningún motivo para ser perdonado por él. Sus dos hermanas mayores
eran camareras en la misma casa. Habían conseguido ese empleo simplemente por
haber nacido en la misma aldea que otra ex camarera de la pensión, que con su
asiduidad y honradez llenó de prestigio a su tierra natal y preparó buena
acogida para la gente que de allí llegase. Dichas hermanas le habían costeado
el viaje en ómnibus hasta Madrid y obtenido su actual ocupación de aprendiz de
mozo. En la aldea de donde provenía, situada en alguna parte de Extremadura,
imperaban condiciones de vida increíblemente primitivas, los alimentos
escaseaban y las comodidades eran desconocidas, y tuvo que trabajar mucho desde
muy pequeño.
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