Gente difícil. Un cuento de Chéjov

El cuento “Gente difícil”, del maestro ruso Antón Chéjov(1860-1904), narra como ningún otro ese tipo de violencia verbal que se da en algunas familias, y que no obedece sino a una forma de ser anhela las vivencias dramáticas.

En esta historia corta, el joven estudiante Piotr le pide dinero a su madre, Yevgraf Ivánovich, para irse en el tren a Moscú, donde se dispone a seguir sus estudios. El dinero que el padre ha de darle al hijo genera un conflicto que sacude a toda la familia…

Terror | Un cuento de Vladimir Nabokov

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«Cuando mencioné sensaciones tan extrañas, la gente observó, muy acertadamente, que el sendero que había elegido conducía directamente al manicomio. De hecho, más de una vez, muy avanzada la noche, tanto me demoré ante mi imagen reflejada que un sentimiento atroz me sobrecogió y no tardé en apagar la luz. Sin embargo, al día siguiente, al afeitarme, jamás me asaltaban dudas con respecto a la realidad de mi imagen»

La estufa grande (relato corto de Tolstói)

la estufa grande, relato de Tolstói

Un hombre tenía una espaciosa casa en la que había una gran estufa; no obstante, la familia de ese hombre no era numerosa: sólo su mujer y él. Cuando llegó el invierno el hombre empezó a encender la estufa y al cabo de un mes ya había quemado toda la leña. Ya no tenía nada que quemar, y hacía frío.

Cuento de Antón Chéjov: El teléfono

Cuento de Chéjov, El teléfono

Operadora. ¿Puedo ayudarlo?”, dice una voz de mujer.

“Comuníqueme con el Hotel Slavyansky Bazaar”.

“Conectando”.

Después de tres minutos escucho un repique… Pego el auricular a mi oreja y oigo un sonido de un carácter todavía indeterminado; como el viento soplando, u hojas secas dispersándose por el piso… Alguien parece estar susurrando.

“¿Tiene habitaciones disponibles?”, le pregunto.

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Cuento de Leonid Andreiev: La nada

Ernesto Bustos Garrido ha elegido como otro de sus arranques (o inicios) literarios preferidos el que abre el cuento LA NADA, del escritor ruso Leonid Andreiev.

Damos la narración completa después de la introducción de Bustos Garrido, que justifica por qué el inicio del relato de Andreiev es uno de sus arranques preferidos.

Y al final ofrecemos un cuento popular latinoamericano: Pedro Urdamales engaña al Diablo.

LA NADA es un cuento breve de tintes tragicómicos. Recomiendo otra narración (larga) más realista sobre la muerte escrita por otro grande de la literatura rusa. Me refiero a La muerte de Ivan Ilich, de Tolstói.

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Un cuento corto de Vladimir Nabokov: Dioses

Esto es lo que veo ahora mismo en tus ojos: una noche lluviosa, una calle angosta, unas farolas que se pierden en la distancia. El agua se desliza vertiginosa por las laderas de los tejados empinados hasta los desagües. Debajo de la boca de serpiente de cada uno de los desagües hay un cubo con un aro verde. Las hileras de cubos bordean las paredes negras a ambos lados de la calle. Yo los observo mientras se van llenando de mercurio frío. El mercurio pluvial va creciendo hasta desbordarse. Las bombillas desnudas brillan en la distancia, sus rayos erizados en la lluviosa oscuridad. Los cubos ya se están desbordando.

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Un viaje de novios, una historia corta del maestro ruso Chejov

Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Se abre la portezuela y penetra un individuo alto, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo se detiene en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí… ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible…; no, no es éste el coche».

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Cuento de Vladimir Nabokov: Una carta que nunca llegó a Rusia

Mi adorable, mi muy querida y lejana, me imagino que no habrás olvidado nada en los más de ocho años que dura ya nuestra separación, si es que aún consigues recordar a aquel guarda canoso con su librea azul que ni se molestaba siquiera en mirarnos cuando hacíamos novillos para encontrarnos en aquellas mañanas heladas de San Petersburgo, en el Museo Suvorov, tan polvoriento, tan pequeño, tan semejante a una suntuosa caja de rapé. ¡Con qué ardor nos besábamos a espaldas de aquel granadero engominado! Y más tarde, cuando por fin nos liberábamos de aquellas antigüedades polvorientas y salíamos a la luz, cómo nos deslumbraba el resplandor de plata del parque Tavricheski, y qué extraño resultaba oír los gruñidos alegres, ávidos, profundos de los soldados, que se lanzaban unánimes a las órdenes de su comandante, resbalando por el suelo helado, embistiendo con su bayoneta a un muñeco de paja con casco alemán en medio de una calle de San Petersburgo.

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