
Microrrelato de David Benedicte: 1.001 Lolitas
Nunca pensé que pudiera ocurrirme algo así. Había terminado mi jornada laboral y descansaba en un banco de aquel parque desconocido, aún bullendo en mi cabeza las cuentas del último informe, cuando se me acercó la pequeña adolescente que dijo llamarse Linda antes de preguntar: «Oyessss, tío, ¿tienes una piruleta para mí?». Supuse que se trataba de otra broma sin gracia gestada por mis compañeros de sección, puesto que aquella quinceañera se dirigía a mí como cualquier prostituta de lujo hubiera hecho en su lugar. Linda y yo compartimos el calor del banco durante las horas de aquel crepúsculo inolvidable y lamenté a lo largo de la conversación no llevar encima una bolsa de piruletas paras satisfacer los deseos de la dulce niña que se acabó convirtiendo en mujer ante mis ojos. No podría citar con exactitud el momento en que me lancé sobre ella como un lobo hambriento. Pero lo que sí tengo grabado en la memoria es cómo consiguió domeñarme con una patada en la parte más noble de mis partes. Condenado por estupro, veo pasar los días desde una celda oscura. La misma en la que me han dado cuenta de todas y cada una de las Lindas que buscan presuntos pedófilos por los parques de la ciudad. Los hechos que se me imputan son ciertos. Cumplo mi condena con el recuerdo vivo y el corazón partido en dos.