Microrrelato de Manuel Pastrana Lozano: El santo
Como era ya habitual desde hacía algún tiempo, apenas aparecía en el escenario un público fastidiado y hostil pedía a voces que lo reemplazaran y que desapareciese para siempre de su vista. Aparte de las burlas y de gritarle chueco y farsante, más de alguien le arrojaba tomates o huevos a su cara envejecida y a su cuerpo fatigado. Sus trucos mágicos, fácilmente revelados, enardecían a los espectadores que no toleraban su presencia inútil. Era un verdadero calvario.