Blog de literatura: historias cortas, cuentos cortos, entrevistas literarias…
Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe, un escritor único
“De uno sesenta y cinco de estatura tenía un porte firme y poca envergadura; e iba, invariablemente, vestido de negro, levita y corbata incluidas, como si guardara un luto perpetuo.
De constitución delgada, casi liviana, tenía el pelo de color castaño oscuro, ligeramente rizado, y ojos grises que se describían como “inquietos” o “grandes y acuosos”.
Retrato en daguerrotipo de Edgar Allan Poe por Marcus Aurelius Root, 1848. Fuente de la imagen
Su despejada frente no pasaba inadvertida a nadie, recalcando la que en el lenguaje de la frenología (en la que él creía) era conocida como “la protuberancia de la idealidad”.
Su boca fina parecía expresar desdén o descontento; a veces los demás creían que incluso estaba esbozando una burla.
De tez pálida, sus rasgos eran muy finos.
En 1845 se dejó un bigote más largo que espeso. Sus modales eran “nerviosos y enfáticos”, y su rostro traslucía lo que un contemporáneo llamó “ese nerviosismo tan peculiar en Poe”.
Su expresión recibía los más variados apelativos de triste, melancólica, sombría, grave, soñadora. Una mezcla razonable de estos rasgos pueden dar una idea aproximada de su aspecto.
Pero había otro detalle más: en las fotografías que han llegado hasta nosotros, se aprecia un cierto contraste o disyunción entre los lados derecho e izquierdo de la cara, con diferencias ligeras pero notables en el ojo, la boca, la ceja y la barbilla.
Uno de los lados era más débil que el otro”.
Fragmento de Poe, una vida truncada. De Peter Ackroyd. Editorial Edhasa. Páginas 106 y 107
El coñac está ahí, servite. A veces me pregunto por qué te molestás todavía en venir a visitarme. Te embarrás los zapatos, te aguantás los mosquitos y el olor de la lámpara a kerosene… Ya sé, no pogas la cara del amigo ofendido. No es eso, Mauricio, pero en realidad sos el único que queda, del grupo de entonces ya no veo a nadie.
Miguel Bravo Vadillo, habitual colaborador de Narrativa Breve, nos envía tres cuentos de diversa extensión, factura y temática en los que, no obstante, siguen apreciándose elementos comunes en su obra como las referencias culturales y las reflexiones filosóficas.
Espero que os gusten.
Cuento 1: Del asesinato considerado como una de las bellas artes
No hay espíritu más deforme que el de un artista fracasado. Excepción hecha de algunos pobres diablos que no vienen a cuento (y que las crónicas han olvidado), aquellos que no acabaron con sus frustraciones arrojándose de buena gana a los insondables brazos de la muerte se convirtieron en crueles tiranos o en malhechores sin escrúpulos; rufianes, en todo caso, carentes de la más mínima limitación moral o ética. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos que ilustrarían perfectamente esto que digo, muchos de los cuales están en conocimiento de los estudiosos y eruditos, y, por tanto, no merece la pena que malgaste fuerzas y tiempo en citarlos aquí.
Las aventuras de Arthur Gordon Pym es la primera y única novela escrita por Edgar Allan Poe. Se publicó el año 1837. Se encontraba en la ciudad de Filadelfia, que por entonces era el corazón editorial de Estados Unidos. Allí se editaban las prestigiosas revistas Saturday Evening Post y Gentleman’s Magazine, además de un total de siete diarios de la mañana y dos tabloides vespertinos.
El relato corto “A Tale of Jerusalem”, de Edgar Allan Poe, fue publicado por primera vez en 1832. Julio Cortázar lo tradujo al castellano en 1953. No fue Cortázar un traductor casual de la obra de Edgar Allan Poe, un profesional al que una editorial encarga un trabajo más. Muy al contrario, Cortázar era un entusiasta del genio estadounidense desde su infancia. La tarea de traducir a Poe, que le llevó nueve meses, la realizó durante unas vacaciones en Italia. Una forma de compaginar placer y trabajo, podría decirse.
Cortázar comenzó a leer a Edgar Allan Poe siendo niño, a los nueve años, en una traducción de Blanco Belmonte. Cortázar recuerda aquella época como algo fascinante y terrible a la vez, pues la lectura de aquellas historias de misterio y terror le provocó terrores nocturnos que no superó hasta bien entrada la adolescencia.
Os dejo uno de los cuentos de Poe, traducido, cómo no, por Cortázar: Cuento de Jerusalén.
“Para el narrador de este “Dominio de Arnheim” (ilustrado en AlohaCriticón con un cuadro de René Magritte del mismo título que fue inspirado por esta narración de Poe), y analizando en primera persona la existencia de un amigo fallecido llamado Ellison, la virtud contemplativa y la creación de belleza es una de las claves para lograr la felicidad junto a otros elementos, como el ejercicio al aire libre, el amor a la mujer y el desprecio de toda ambición.
Después de introducir al personaje de Ellison se podría esperar una mirada irónica sobre lo que se denomina existencia feliz (es definido como guapo, simpático, inteligente, rico…), y más cuando se conecta al personaje con un ascendiente adinerado, la ganancia de una cuantiosa herencia y la singularidad del trato a tal herencia.
Pero el desarrollo se aparte del tono cáustico y se centra en la búsqueda de éxtasis artístico-paisajístico por parte del heredero”.
“El cuervo”, de Allan Poe, publicado por primera vez en 1845, es uno de los poemas más famosos de la lengua inglesa, y famosa es también su versión al castellano, que conocemos sobre todo gracias a la traducción de Julio Cortázar.
Ambientado con una aureola sobrenatural, el poema –muy narrativo, se lee casi como un cuento– narra la visita de un cuervo al hogar de un amante en horas bajas que llora la pérdida de su amada Leonora y de la senda que emprende hacia la locura. Esta obra está inspirada en el cuervo hablador de la novela de Charles Dickens Barnaby Rudge.
Este poema le dio a Edgar Allan Poe reconocimiento mundial, y desde entonces se ha venido reeditando una y otra vez.
Aquí os ofrezco la traducción de Julio Cortázar y, tras esta, la versión original (The Raven).
El gato negro, una historia de terror de Edgar Allan Poe
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Ευδουσιν δ’ όρκων κορυφαˆ τε καˆ φαράγες Πρώονες τε καˆ χαράδραι (Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos y las grutas están en silencio.) (ALCMÁN [60(10), 646])
Escúchame —dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza—. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.
De nada sirve quejarnos de la querencia a la literatura abreviada: hoy día todo se pretende abreviado. Se abrevia también el lenguaje en los teléfonos móviles, cuyas palabras hay que mancillar por bien de la modernidad.
Nunca respondo a estos emails. Es mi forma abreviada y educada de decirle a estos perezosos que se las arreglen solos.
Cuento de Edgar Allan Poe: Los crímenes de la calle Morgue
La canción que cantaban las sirenas, o el nombre que adoptó Aquiles cuando se escondió entre las mujeres, son cuestiones enigmáticas, pero que no se hallan más allá de toda conjetura.
Sir Tomas Browne
Las características de la inteligencia que suelen calificarse de analíticas son en sí mismas poco susceptibles de análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. Entre otras cosas sabemos que, para aquel que las posee en alto grado, son fuente del más vivo goce. Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar. Goza incluso con las ocupaciones más triviales, siempre que pongan en juego su talento. Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural. Sus resultados, frutos del método en su forma más esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuición. La facultad de resolución se ve posiblemente muy vigorizada por el estudio de las matemáticas, y en especial por su rama más alta, que, injustamente y tan sólo a causa de sus operaciones retrógradas, se denomina análisis, como si se tratara del análisis par excellence. Calcular, sin embargo, no es en sí mismo analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, efectúa lo primero sin esforzarse en lo segundo. De ahí se sigue que el ajedrez, por lo que concierne a sus efectos sobre la naturaleza de la inteligencia, es apreciado erróneamente. No he de escribir aquí un tratado, sino que me limito a prologar un relato un tanto singular, con algunas observaciones pasajeras; aprovecharé por eso la oportunidad para afirmar que el máximo grado de la reflexión se ve puesto a prueba por el modesto juego de damas en forma más intensa y beneficiosa que por toda la estudiada frivolidad del ajedrez. En este último, donde las piezas tienen movimientos diferentes y singulares, con varios y variables valores, lo que sólo resulta complejo es equivocadamente confundido (error nada insólito) con lo profundo. Aquí se trata, sobre todo, de la atención. Si ésta cede un solo instante, se comete un descuido que da por resultado una pérdida o la derrota. Como los movimientos posibles no sólo son múltiples sino intrincados, las posibilidades de descuido se multiplican y, en nueve casos de cada diez, triunfa el jugador concentrado y no el más penetrante. En las damas, por el contrario, donde hay un solo movimiento y las variaciones son mínimas, las probabilidades de inadvertencia disminuyen, lo cual deja un tanto de lado a la atención, y las ventajas obtenidas por cada uno de los adversarios provienen de una perspicacia superior.
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