Cuento breve recomendado: «Nocturno», de Ricardo Güiraldes

Cuento breve, Ricardo Guiraldes, Nocturno
Escritor Ricardo Güiraldes. Fuente de la imagen

“Quisiera que mis cuentos fueran extractados, breves, concisos. 

Lo que más me gusta de mi mano es el puño”.

 

R.G.

NOCTURNO

(cuento)

 Ricardo Güiraldes (Argentina, 1886-1927)

 

La amenaza había quedado en Roberto como un presagio de desgracia.

-Sí, humílleme; pero algún día, si Dios quiere, nos hemos de encontrar cara a cara.

Bah, no era el primer caso…, fanfarronadas de paisano.

Roberto era hombre de afrontar un peligro, y no hizo caso del consejo: “Mire, patroncito, que es mal bicho”.

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Los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia. «La casa de Asterión», de Borges

Borges, cuento, Asterión
Jorge Luis Borges, en la portada de la biografía Borges. A Life, de Edwin Williamson

En la entrevista que le hice recientemente a la poeta Victoria Mera le pedí que nos recomendara un cuento. Su elección fue «La casa de Asterión», de Jorge Luis Borges, incluido en su mítico libro El Aleph, publicado por la editorial Losada en 1949. 

LA CASA DE ASTERIÓN

(cuento)

Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.

Apolodoro: Biblioteca, III,I

 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)* están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

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