Francisco Verdú Pons está llamado a ocupar las primeras planas de los periódicos por su relación con las tarjetas black de Bankia. O, por decirlo con propiedad, por su no relación con estas tarjetas de la ignominia. Resulta que Verdú, exconsejero delegado de la entidad bancaria, tuvo la osadía y el decoro de rechazar un privilegio ilícito que sí aceptaron veintiún prohombres de nuestra maltrecha economía, ahora asediados por la Justicia. Verdú seguramente no hubiera sido noticia estos días si no fuera porque es el único directivo de Bankia que rechazó dichas tarjetas. Su probada y solitaria decencia no hace sino magnificar la colectiva indecencia de sus compañeros de finanzas. “El infierno son los otros”, de Sartre, aquí se hace realidad.
El Pequeño Nicolás
La tarta del Pequeño Nicolás
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La tarta del Pequeño Nicolás
Gracias a la cobertura que El Mundo le ha prestado al Pequeño Nicolás, refrendada por la entrevista televisiva de Sandra Barneda (con una cuota de pantalla del 21’1 %), sabemos que no sabemos nada. 2.725.000 espectadores asistieron a una telenovela en directo en la que este joven de veinte años desgranó capítulos inconexos y mal hilados, tocados por un secretismo de sumario que nos dejó peor informados de lo que ya lo estábamos. No sabemos si es un impostor, un superdotado que ha intervenido como colaborador del CNI y mediador de la Casa Real, o una muestra viviente de que fumar marihuana no es tan sano como algunos lo pintan.
Del Lazarillo al Pequeño Nicolás

Del Lazarillo al Pequeño Nicolás
El caso de las tarjetas opacas viene a demostrar una vez más que, salvando las distancias socio-tecnológicas, seguimos viviendo en los tiempos de El Lazarillo. Nada nuevo bajo el sol: esta es la España corrupta de siempre, la que intenta atragantarse de uvas –o de millones de euros, ya puestos– creyendo que el resto del país está ciego.
Pero aquí viene la buena noticia: no estamos ciegos, no del todo. Y la justicia, tampoco. Algunos juristas han apuntado estos días en los medios de comunicación la posibilidad de que estos pícaros banqueros acaben en la cárcel. No lo harán, claro, pero basta que la hipótesis se comente abiertamente, dejando en el oprobio los nombres de tales advenedizos, para que nos sintamos algo remunerados por tener que habitar en un bosque lleno de lobos.