Cómo contar una historia

Cómo se cuenta una historia, Cómo contar una historia, Eloy M. Cebrián

Cómo contar una historia… ¡Vaya! Menuda pregunta… Esa es la ocupación (y en no pocas ocasiones la preocupación) de cualquier narrador. Desde luego, no se puede responder esta pregunta con una frase corta, simple, certera. Para contar una historia (una novela, un relato corto, un microrrelato…) es necesario hacer acopio de ciertas herramientas de las que un escritor no puede prescindir.

Entrevista a Lamar Herrin, autor de ‘La casa de los sordos‘

LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE

Lamar Herrin

La casa de los sordos (Chamán Ediciones, 2017)

Lamar Herrin (Georgia, 1940) ha publicado siete novelas, una de las cuales fue llevada a la televisión e interpretada por Kirk Douglas. Es autor también de un libro de memorias (Romancing Spain) y de relatos cortos, algunos de los cuales han visto la luz en revistas prestigiosas como The New Yorker, Harper’s, The Paris Review y Epoch. Es, además, profesor emérito de escritura creativa en la universidad de Cornell (Nueva York).

La editorial albaceteña Chamán Ediciones ha publicado recientemente una de sus novelas, La casa de los sordos, editada originalmente en 2005 en Estados Unidos, ahora traducida al castellano por el escritor Eloy M. Cebrián.

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Entrevista a Eloy M. Cebrián

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Eloy M. Cebrián. Imagen cedida por el autor

LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE

Eloy M. Cebrián

(Escritor)

Al principio los premios literarios eran mi acicate principal. Luego dejé aparcada esa faceta de mi actividad. La ansiedad que me creaba, junto con la frustración creciente, estaban perjudicando gravemente mi prosa y mi inventiva. Me di cuenta de que empezaba a escribir pensando en premios y en jurados, lo que iba en detrimento de la calidad de mi trabajo y de mi disfrute personal. Sin embargo, he descubierto que un premio literario no ganado puede ser un buen trampolín para que una editorial se fije en una novela y decida publicarla.

E.M.C

Eloy Miguel Cebrián Burgos es el nombre completo del autor albaceteño que firma sus libros como Eloy M. Cebrián. Y ha firmado muchos, desde que en 1998 publicara en la Diputación de Albacete Memorias de Bucéfalo. El reinado de Filipo.

Compagina su trabajo de profesor de instituto con la creación literaria. Ganador de numerosos premios, ha escrito novelas y relatos y se mueve con igual soltura en la literatura para adultos como en la juvenil.  El fotógrafo que hacía belenes (Premio Francisco Umbral), Los fantasmas de Edimburgo, Madrid, 1605 (escrita en colaboración con Francisco Mendoza), y su continuación, Madrid, 1616, son algunos de sus títulos más celebrados.

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Cuento de Eloy M. Cebrián: Las luciérnagas

 

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Skyline de Tokyo. Fuente de la imagen

 

Eloy M. Cebrián es autor de una vasta obra literaria que abarca la novela para adultos y la narrativa juvenil. Su última novela es El juego de los muertos, una historia de género fantástico en torno al mundo del espiritismo. Como autor de narrativa breve ha recibido numerosos galardones. Sus relatos se han recogido en los libros Las luciérnagas y 20 cuentos más y Comunión, y figuran en importantes antologías del relato español contemporáneo. Sus colaboraciones semanales en prensa han aparecido recopiladas en los dos volúmenes de La Ley de Murphy. Es, además, traductor literario ocasional y desde el 2000 codirige la revista de creación literaria El Problema de Yorick.

Hoy nos ofrece un cuento de ambiente carveriano: «Las luciérnagas».

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Los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia (13): «El Aleph», de Jorge Luis Borges

El escritor albaceteño Eloy M. Cebrián, novelista y cuentista, nos recomienda «El Aleph», de Jorge Luis Borges. «El Aleph» es uno de los mejores cuentos del siglo XX, y uno de los más famosos. Era inevitable que alguien, antes o después, lo rescatara para esta sección de LOS MEJORES 1001 CUENTOS LITERARIOS DE LA HISTORIA.

 

EL ALEPH, un cuento de Jorge Luis Borges

O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space.
Hamlet, II, 2.

But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a Nuncstans (as the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hicstans for a infinite greatnesse of Place.
Leviathan, IV, 46

 

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo; la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

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