-Hay dos puertas para los sueños: una, construida de cuerno; otra, de marfil. Los que vienen por la de marfil nos engañan; los que vienen por la de cuerno nos anuncian verdades.
Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría. Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y…
Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: “y si dejara la izquierda aquí?” Meditó un instante. “No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba.”
Fallen Tree, de Benjamin Graindorge. Fuente de la imagen
LA CASQUIVANA MUERTE
Sobre la muerte se pueden decir muchas cosas y todas ellas negativas. Es cicatera, casquivana e injusta, y ataca cuando menos se la espera. Tratar de sortear su abrazo envenenado es tan legítimo como –en ocasiones– inútil, porque es ella, y sola ella, quien elige el momento, el lugar y la víctima. Hay personas (y personajes, como el del microrrelato “El suicida”, de Enrique Anderson Imbert), que hacen todo lo posible por acabar con sus vidas… sin éxito. Otros, sin embargo, ven cercenado el calendario de sus días de la manera más inesperada. Que se lo cuenten al buen hombre que falleció el pasado sábado en El Retiro mientras jugaba con sus dos hijos pequeños. Dicen que fue la rama de un árbol podrido la que causó su muerte, pero si vamos más allá de los hechos periodísticos el causante de este drama no fue la podredumbre de un árbol sino la de nuestras propias vidas, que echan raíces en arenas movedizas.
El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
Durante dos meses se asomó a la muerte. El médico murmuraba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarla y que él no sabía qué hacer… Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana. Demasiado flaco y eso era todo. Pero al levantarse después de varios días de convalecencia se sintió sin peso. –Oye –le dijo a su mujer–, me siento bien, pero no te puedes imaginar cuán ausente me parece el cuerpo. Estoy como si mis envolturas fueran a desprenderse dejándome el alma desnuda. –Languideces –le respondió su mujer.
En una entrevista que le hizo Mempo Giardinelli a Enrique Anderson Imbert para Así se escribe un cuento (Suma de Letras, 2003, página 159), este último afirmó que “Enoch Soames”, de Max Beerbohm, era el mejor cuento que había leído jamás.
Reproduzco el pasaje en cuestión y os invito a la lectura del cuento, que, aunque extenso -más de lo que suele ser habitual en este blog-, merece mucho la pena.
Nota: si no quieres enterarte de qué va el cuento hasta haberlo leído, omite por ahora este pasaje de la entrevista y regresa luego a él.
El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
“Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno”.
Esta web usa cookies
NARRATIVA BREVE usa cookies para darle al visitante la mejor experiencia al recordar sus preferencias en las próximas visitas. Al hacer clic en "Aceptar", usted está dando su consentimiento para el uso de todas las cookies.
Si desea más información, puede visitar nuestra página de Política de Cookies.
Privacidad y política de cookies
Privacy Overview
This website uses cookies to improve your experience while you navigate through the website. Out of these, the cookies that are categorized as necessary are stored on your browser as they are essential for the working of basic functionalities of the website. We also use third-party cookies that help us analyze and understand how you use this website. These cookies will be stored in your browser only with your consent. You also have the option to opt-out of these cookies. But opting out of some of these cookies may affect your browsing experience.
Necessary cookies are absolutely essential for the website to function properly. This category only includes cookies that ensures basic functionalities and security features of the website. These cookies do not store any personal information.
Any cookies that may not be particularly necessary for the website to function and is used specifically to collect user personal data via analytics, ads, other embedded contents are termed as non-necessary cookies. It is mandatory to procure user consent prior to running these cookies on your website.