Cuando el tema de las parejas urbanas y las familias suburbanas daba pie a cuentos y novelas sin duda maravillosos, vean lo que decía Goyen: que los problemas y las infidelidades de las señoras de Nueva York y sus suburbios le parecían triviales en comparación con los problemas más fuertes de la gente de los estados del sur de los Estados Unidos. Gente simple, aclaraba, que esperaba el fin de todo y la salvación, porque eso les habían enseñado. Goyen no termina de inscribirse en las tradiciones de su país. En una época en que Faulkner era una presencia casi hipnótica para los escritores del sur, Goyen escribía historias rodadas en el paisaje –distinto- de Texas. A Faulkner, el gótico sureño. A Goyen, lo que es de Goyen.
¿Qué tenía que ver ese escritor, que leía en voz alta la Biblia en las reuniones, con otros escritores, que escribían textos como pensados para un lector melancólico, para un lector que leía a la luz de una lámpara, con un vaso de whisky y un cigarrillo en la mano? Goyen escribía historias que dan ganas de leer en voz alta, porque fueron escritas casi en ritmos de folk o spiritual. Historias contadas por un narrador que se agota al declamar y cada poco se detiene para tomar un trago de la botella de whisky que esconde bajo la cama. Historias para un lector que escucha, hipnotizado.
Porque –y nada es casual- ¿qué tienen que ver, después de todo, sus personajes con los personajes de los escritores de su generación? Los personajes de los escritores de su generación a veces mueren en accidentes y hospitales, y muchas veces se suicidan pero con el traje puesto y el camisón planchado. Los personajes de Goyen son perseguidos por la mala suerte y por el Ku Klux Klan, se matan tirándose a los pozos de agua, agonizan a los gritos. Los personajes de Goyen no cursan agonías civilizadas. Mueren por culpa de tiros filicidas y puñales fratricidas. Mientras que otros personajes viven, como pueden, sus dramas, los de Goyen asisten, asombrados, a su tragedia, a su destino.
Lo que decían de él. Goyen, el raro. Goyen, el amigo de Carson Mc Cullers. Goyen, el escritor que se atrevió a hacerle una crítica adversa aDesayuno en Tiffany´s. Goyen, que se casó con la actriz Doris Roberts. Goyen, que se embarcó en la escritura de una biografía de Jesús. Goyen, que escribió Arcadio: una novela que cuenta la historia de un hermafrodita (mitad hombre, mitad mujer y mitad de un país, mitad de otro), en un lenguaje inventado, en que dos idiomas juegan una extraña partida. Goyen, el escritor para quien no había nada mejor que poder entonar un elegante grito de desesperación. Elegante. Grito. Desesperación. Cada uno elige cuál es cuál.
El mundo de gran parte de los cuentos de Goyen es un mundo en que los indios conviven –la palabra es engañosa- con los blancos y los negros y los jóvenes y los viejos, con granjeros y con cowboys y familias enteras que migran por el país trasportadas en camiones. Es un mundo que no se parece a nada. Leer, traducir, comentar a Goyen, implica entrar en ese mundo. De nada sirve forzar su lectura para que se ajuste a un marco de referencia. Una puede reconocer sus filiaciones pero sólo para confirmar que es un autor incomparable.
Esther Cross