Historia corta de Felisberto Hernández: Cocodrilo

El seminario político-cultural Marcha fue fundado en Montevideo, Uruguay, el 23 de junio de 1939 y estuvo activo hasta el 22 de noviembre de 1974. Aguantó más de un año tras el golpe de estado del 27 de junio de 1973.  Estuvo dirigido por Carlos Quijano y tuvo como secretario de redacción al ilustre escritor Juan Carlos Onetti.

Por sus páginas pasaron grandes escritores como Mario Benedetti, Eduardo Galeano o Felisberto Hernández, de quien ofrecemos un cuento, “El cocodrilo”, publicado en el número 510, en el año 1949. El cuento narra las vivencias de un hombre que llora lágrimas de cocodrilo.

Felisberto Hernández (1902–1964) fue pianista a la vez que un escritor de lo más peculiar, con cierta fama de escritor maldito.

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Cuento de Felisberto Hernández: Mur

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MUR

Felisberto Hernández

(cuento)

Hace muchos años, al principio de un verano, yo fui a una pequeña ciudad para dar una conferencia. Como la llevaba escrita y no tenía preocupaciones, me propuse ser feliz. Allí había una feria ganadera y los hoteles estaban llenos; me tocó dormir con paisanos que conversaban a oscuras. Hablaban de los campos que convenían a sus animales, y me dormí cansado de imaginar vacas pastando en lugares distintos. Al otro día, después de la conferencia, un amigo me dijo:

-Mañana me voy para Montevideo, pero ya te conseguí una pieza de hotel donde dormirás con un muchacho que no habla ni de noche ni de día. 

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Los mejores cuentos literarios de la Historia: «La mujer parecida a mí», de Felisberto Hernández

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Felisberto Hernández. Fuente de la imagen

 

En Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas (Anagrama, 2000), el personaje-narrador mantiene una conversación telefónica con su mejor y único amigo durante la cual este le recomienda un cuento del escritor uruguayo Felisberto Hernández, «La mujer parecida a mí».

Podéis leer a continuación el cuento y la transcripción del libro de Vila-Matas donde es elogiado.

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Cuento breve recomendado: «Sin mañana», de Bernardo Kordon

Bernardo Kordon
Bernardo Kordon. Fuente de la imagen
El cuento «Sin mañana» se publicó en Crónicas fantásticas, Buenos Aires, edit. Jorge Álvarez, 1966, una magnífica antología en la que, además del cuento de Kordón, se seleccionan relatos de Abelardo Castillo, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, E. Anderson Imbert, Felisberto Hernández y el norteamericano Truman Capote.
M.D.R.

Cuento de Bernardo Kordon: Sin mañana

Lo molesto ocurre al comienzo. Los familiares alborotan todo en el preciso momento que uno ansía y alcanza la tranquilidad. Felizmente en ese mismo instante nos separa de la vida un velo de apretada trama y un cristal más duro que el acero. Desde el otro lado contemplamos las últimas imágenes de, la vida, que se desvanecen como sombras y humo. Un fogonazo gris se traga a los que lloran y rezan. Ya estoy muerto y mi última imagen del mundo de los vivos es la de ese joven desconocido que vi asomado en la puerta de mi dormitorio. Simplemente un intruso que miró con ansiedad y conmiseración al moribundo. Ese gesto se instala en mí, se identifica conmigo. Comprendo que ese desconocido que me observa detrás de toda mi familia soy yo mismo. Es él quien siempre me siguió paso a paso, y me espió día y noche. Ahora se instala en mí. En el momento de morir soy como un guante vacío, que se inmoviliza y enfría. Entonces una mano se introduce para darle nueva vida. Ya no somos dos, sino uno solo. Ahora soy ese otro que nunca conocí. Y ya es tarde para encontrarle cualquier semejanza. Lo tengo dentro de mí. No tiene rostro. Yo tampoco lo tengo. Estamos uno dentro del otro. Tensos y reposados, esperamos la partida. Igual que en un avión. A través del duro cristal y del tupido velo observamos las sombras del mundo de los vivos. Siguen acumulando flores, llantos, palabras y más palabra. Yo veo a través de los ojos del otro, y el otro mira a través de mis ojos. A ambos nos sorprende esa desesperada e inútil dispersión de gestos y más gestos. Me domina el orgullo de estar muerto y creo que la expresión de mi máscara no lo disimula.

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Los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia: «La casa inundada», de Felisberto Hernández

De esos días siempre recuerdo las vueltas en un bote alrededor de una pequeña isla de plantas. Cada poco tiempo las cambiaban; pero allí las plantas no se llevaban bien. Yo remaba colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita. Si ella miraba la isla un rato largo, era posible que me dijera algo; pero no lo que me había prometido; sólo hablaba de las plantas y parecía que quisiera esconder entre ellas otros pensamientos. Yo me cansaba de tener esperanzas y levantaba los remos como si fueran manos aburridas de contar siempre las mismas gotas. Pero ya sabía que, en otras vueltas del bote, volvería a descubrir, una vez más, que ese cansancio era una pequeña mentira confundida entre un poco de felicidad. Entonces me resignaba a esperar las palabras que me vendrían de aquel mundo, casi mudo, de espaldas a mí y deslizándose con el esfuerzo de mis manos doloridas.

Cuento breve recomendado: «La pelota», de Felisberto Hernández

Felisberto Hernández
Escritor Felisberto Hernández. Fuente de la imagen en internet

Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podrá tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.

Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.

F.H.

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