Los mejores 1001 cuentos literarios de la Historia: «Bibelot», de Félix J. Palma

Alberto no descubrió cuánto necesitaba abrazar a alguien hasta que aquella anciana desconocida se le abalanzó con la intención de envolverlo en sus brazos. ¿Cuánto hacía que él no tenía oportunidad de realizar aquel gesto de cariño? En la oficina era algo impracticable, con su padre hacía mucho que resumía sus afectos en el beso casi arzobispal que desovaba cada noche sobre su frente, y desde que Fátima, harta de trabajos esporádicos, había decidido enfangarse en unas oposiciones a la administración pública, sus encuentros se reducían a un torpe intercambio de palabras en el descansillo de una escalera desvencijada, rebozados en penumbra sucia, mientras su madre los espiaba con la puerta entreabierta fingiendo que trasteaba en la cocina. Famélico de contacto humano, Alberto correspondió al abrazo de la anciana sin pensárselo, como en un acto reflejo: la estrechó entre sus brazos poniendo cuidado en no troncharle la osamenta, que se adivinaba frágil como un entramado de barquillo, y aspiró su aroma a piel gastada, abandonándose a la bonanza del roce, disfrutando de aquel inesperado trato epidérmico. La apretó con firmeza, metódico y agradecido, mientras se llenaba de ella como un cántaro, sabiendo en el fondo que aquello no podía prolongarse mucho más, que en breve la anciana lo miraría a la cara y comprendería que la penumbra del pasillo le había hecho confundir a algún ser querido con el vendedor de enciclopedias.