Un cuento para dormir de Khalil Gibrán

Os dejo hoy un cuento del escritor libanés Khalil Gibrán, que también podréis encontrar como Gibran Jail Gibran (1883-1931), que puede ayudaros a que vuestros pequeños concilien el sueño. Se trata de una narración sobre un hombre rico que por avaricia o porque infravaloraba el buen gusto de sus invitados, evita compartir su vino de su bodega con ellos.

Gibrán, conocido sobre todo por El profeta (1923), un libro que aúna veintiséis ensayos poéticos. Gibrán tuvo mucho predicamento entre la contracultura norteamericana y los seguidores del new-age, pero más allá de movimientos culturales es un autor que sobrevive al paso del tiempo.

El relato que os ofrezco hoy, como todos los que componen este libro, El vagabundo, que tengo en una pequeña edición argentina, destaca por su sencillez expositiva y lingüística, y por su aroma espiritual. Los cuentos de Gibrán son siempre pequeñas píldoras de sabiduría, auténticas lecciones de vida. 

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Cuento de Gibran Khalil Gibran: Doña Ruth

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Gibran Khalil Gibran. Fuente de la imagen

Cuento de Gibran Khalil Gibran: Doña Ruth

Una vez hubo tres hombres que miraban desde lejos hacia una casa blanca que se erguía solitaria sobre una verde colina. Uno de ellos dijo:

-Aquella es la casa de doña Ruth. Es una vieja bruja.

-Te equivocas -dijo el segundo hombre-, doña Ruth es una hermosa mujer que vive allí consagrada a sus sueños.

-Ambos se equivocan -dijo el tercero-. Doña Ruth es la arrendataria de esta vasta tierra y extrae sangre de sus siervos.

Y continuaron su camino discutiendo acerca de doña Ruth.

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Cuento de Gibran Khalil Gibran: La ciudad de los muertos

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Gibran Kahlil Gibran. Fuente de la imagen

Cuento de Gibran Khalil Gibran: La ciudad de los muertos

Ayer me aparté de la bulliciosa muchedumbre y me interné en los campos, hasta una colina sobre la que la Naturaleza había desplegado sus atractivas galas. Ahora sí podía respirar.

Miré hacia atrás, y la ciudad surgió ante mí con sus magníficas mezquitas y suntuosas residencias, velada por el humo de las fábricas.

Comencé a meditar en la misión del hombre, pero sólo pude sacar en conclusión que su vida se identificaba con la lucha y el sufrimiento. Luego traté de no pensar en lo que habían hecho los hijos de Adán, y me concentré en los campos que son el trono de la gloria de Dios. En un lugar apartado pude ver un cementerio rodeado de álamos.

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