El fin de la intimidad

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molino eólico, intimidad
Hombre descansando en molino eólico, a 60 metros de altura. Fuente de la imagen

Millones de cámaras indiscretas ubicadas en puntos estratégicos se encargan de negar cualquier atisbo de intimidad al ciudadano de hoy. Algunas, descaradas, pueden aguarnos la fiesta desde las alturas. Las de Google Street View, por ejemplo. La aplicación del gigante de los servicios de Internet nos ofrece, mediante imágenes de 360 grados, una panorámica de los emblemas más destacados de la civilización, sean museos, estadios, restaurantes, teatros… o bragas. Una japonesa demandó a Google porque el balcón de su casa había sido fotografiado y con él sus bragas. Los juzgados no se pusieron de su parte (alegaron que se veían las bragas pero no a la dueña), pero otra mujer, canadiense, tuvo más suerte y ganó el juicio que interpuso a Google por inmortalizarla sentada a las puertas de su casa luciendo un generoso escote.

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El lenguaje de los bobos

Entrada a Google en Silicon Valley. Fuente de la imagen
 
Estoy leyendo un estudio sociológico de David Brooks, muy de agrado, sobre los bobos, un término que en este caso no es sinónimo de «idiota» sino la contracción de «burgueses bohemios (bourgeois bohemiams). El libro, en su edición en castellano (Grijalbo, 2001), está prologado por Vicente Verdú y se llama Bobos en el paraíso, y el subtítulo, tan ilustrativo, es Ni hippies ni yuppies: un retrato de la nueva clase triunfadora.
Brooks -que dice ser un bobo- analiza a la nueva clase dirigente norteamericana, que está al parecer a medio camino entre los hippies de los 60 y los brokers de los 80. Una clase que se define por su alto estatus social, económico e intelectual, pero que mantiene el espíritu contracultural que en su momento plantó batalla al movimiento imperante décadas atrás, el de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes). Los bobos son cultos y ricos, pero consideran de mal gusto hacer ostentación de sus riquezas. Les gustan los negocios (como a los burgueses de toda la vida) pero con un toque artístico. Quieren ser empresarios y artistas a la vez.

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Opiniones de un corrector de estilo (29): ¿Quién corrige a los gurús de Adsense?

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Opiniones de un corrector de estilo (29): ¿Quién corrige a los gurús de Adsense?

La oferta de libros digitales es inconmensurable. Uno puede, a golpe de ratón y sin abandonar las cuatro paredes de su estudio, comprar -o al menos ojear/hojear virtualmente- cientos de novelas, ensayos, libros técnicos…  Aunque uno se haga el resistente, siempre acaba encontrando algún libro afín que parece gritar «¡Cómprame, cómprame!». Confieso que en más de una ocasión he estado a punto de sucumbir a la tentación de adquirir algunos de esos libros hoy tan de moda, los escritos por los gurús de Adsense (el sistema de publicidad de Google con el que unos se hacen ricos y otros conseguimos a duras penas pagar la conexión a Internet). Pero finalmente no he comprado ninguno de estos libros técnicos, desilusionado con la lectura del capítulo gratis con el que la editorial de turno pretende enganchar a los lectores. No los he comprado, añado, como un gesto de rebeldía. Y es que si algo distingue a estos autores es su mala redacción. Y yo me pregunto: ¿por qué hemos de aumentar la cuenta bancaria de esos tipos que dicen ganar tanto con Adsense pero no tienen la deferencia con el lector de pagarle un precio módico a un corrector de estilo que haga legibles sus clases magistrales? (Aquí me ha salido la vena gremial, no lo oculto…). 

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