«La voz de los desheredados», por Gualberto Baña

«En 1974 vivía en Lima y una tarde entré en una librería y descubrí al Julio Ramón Ribeyro cuentista. Hasta ese momento no había leído nada de él. Los volúmenes, entonces sólo dos, abarcaban cuentos escritos entre 1954 y 1972, y se titulaban Las palabras del mudo.

¿Por qué este título? -a modo de prefacio se reproducía parte de una carta que Ribeyro había dirigido al editor, explicándolo-; «porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de las palabras, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido ese hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias».

El primer cuento se titulaba Los gallinazos sin plumas. Aves de rapiña incapaces de volar, pensé, es decir, hombres. Y comencé a leerlo allí mismo, de pie junto a una mesa llena de libros. 

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