Cuentos breves recomendados: Underwood, de Enrique Jaramillo Levi

cuento de Enrique Jaramillo Levi

Encasillar los géneros es algo difícil, sobre todo en un mundo “postmoderno” donde las fronteras tienden a borrarse y cada vez más hay una literatura híbrida en que se mezclan de tal manera los tipos de escritura que a veces no es fácil encasillarlas, ni fácil ni conveniente. Pero sí creo que hay textos que claramente son cuentos. Puedo decir las cosas que todo el mundo sabe: es un género escrito en prosa, generalmente breve, con una gran economía de lenguaje, con pocos personajes, con un tema central; donde hay una mirada vertical, en profundidad, sobre una parcela de la realidad y no una mirada horizontal, panorámica, indefinidamente extensa como lo sería en la novela. Tal vez podría decirse del cuento lo que Cortázar señalaba para diferenciar la descripción de la narración. Él decía que la descripción era a la fotografía lo que la narración era a la filmación. Creo que un cuento es un momento intenso que no se expande de manera tal que provoca una revelación o una mirada que no se da en otras circunstancias sobre algo. Y ese algo, generalmente, es algo que sucede, más que alguien. Estoy consciente de que puede haber cuentos que podrían ser más de personaje que de acción, o más de atmósfera o clima que de cosas que suceden. Pero en el fondo no hay un cuento si no hay un suceso: el cuento tiene que contar algo. Pero no se puede tampoco quedar en la pura anécdota porque entonces es un simple relato, una simple narración, y no toda narración o relato es un cuento. El cuento es una forma de calar profundamente en un momento excepcional, de una circunstancia o simplemente de la vida de alguien, y el resultado de eso es, si el cuento es bueno, un cambio en el lector; lo transforma, le da un conocimiento, una experiencia que lo hace diferente. Estoy hablando de los buenos cuentos, insisto. Para saber lo que un cuento es, hay que leer cuentos.

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Un cuento de Italo Calvino: La aventura de un empleado

Una vez, Enrico Gnei, empleado, pasó una noche con una mujer guapísima. Al salir de la casa de la señora, temprano, el aire y los colores de la mañana primaveral se desplegaron ante él, frescos, tonificantes y nuevos, y le parecía que caminaba al son de una música.

Es preciso decir que Enrico Gnei debía aquella aventura sólo a un afortunado cúmulo de circunstancias: una fiesta de amigos, una disposición particular y pasajera de la señora —por lo demás mujer controlada y que no se abandonaba con facilidad—, una conversación en la que él se había sentido insólitamente cómodo, la ayuda —por una y otra parte— de una ligera exaltación alcohólica, fuese real o simulada, y también una combinación logística apenas forzada en el momento de la despedida: todo esto, y no la atracción personal de Gnei —o en todo caso sólo su apariencia discreta y un poco anónima que podía designarlo como compañero no comprometedor o llamativo—, había determinado la inesperada conclusión de la noche. De esto él tenía plena conciencia y, modesto por naturaleza, apreciaba aún más su buena suerte. Sabía sin embargo que lo ocurrido no se repetiría; y no lo lamentaba, porque una relación continuada comportaría problemas demasiado embarazosos para su tren de vida habitual. La perfección de la aventura residía en que había comenzado y terminado en el espacio de una noche. Aquella mañana, pues, Enrico Gnei era un hombre que había tenido lo mejor que se podía desear en el mundo.

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Cuento corto de Italo Calivno: El pecho desnudo

El pecho desnudo, cuento, Italo Calvino

El señor Palomar camina por una playa solitaria. Encuentra unos pocos bañistas. Una joven tendida en la arena toma el sol con el pecho descubierto. Palomar, hombre discreto, vuelve la mirada hacia el horizonte marino. Sabe que en circunstancias análogas, al acercarse un desconocido, las mujeres se apresuran a cubrirse, y eso no le parece bien: porque es molesto para la bañista que tomaba el sol tranquila; porque el hombre que pasa se siente inoportuno; porque el tabú de la desnudez queda implícitamente confirmado; porque las convenciones respetadas a medias propagan la inseguridad e incoherencia en el comportamiento, en vez de libertad y franqueza.

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Hábitos de trabajo de Italo Calvino

 

Italo Calvino, hábitos de escritura
Escritor Italo Calvino. Fuente de la imagen

En este breve texto, Italo Calvino comparte con el lector sus hábitos de escritura. Entiendo que no exagera nada cuando escribe «tengo que buscar cada palabra cuando hablo». En el capítulo que Mario Muchnik dedica a Calvino en sus memorias, Lo peor no son los autores (Del Taller De Mario Muchnik, 1999), se describe precisamente la lentitud con que el citado escritor se gasta cuando habla. 

«Cómo escribo», por Italo Calvino

Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.

Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.

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Cuento breve recomendado: «El jardín encantado», de Ítalo Calvino

Cuento breve, Italo Calvino
Italo Calvino. Fuente de la imagen

En “El jardín encantado” el juego de la pareja de niños expresa su conexión con la vida y su desbordante vitalidad. Ambos vivirán la aventura de ingresar en un hermoso jardín donde los dueños nunca aparecen. En contraste a su diversión verán al niño enfermo cuyo desasosiego les causa incomodidad, la suficiente para escapar en silencio del lugar, pero no para desistir de jugar en la playa hasta el anochecer.

Estos niños sólo tienen la vida para derrocharla, no tienen el lujo del niño rico enfermo, se dan cuenta de que ese otro ser representa la antítesis de su existencia. La sensación de extrañeza del lugar llega a su clímax cuando descubren la inquietud del enfermo, algo que no pueden tolerar porque ellos irradian vitalidad. El juego seguirá, libres de la zona extraña y de la presencia de la enfermedad, para que ellos retornen a su estado natural de despreocupación y energía.

Gonzalo Valdivia Dávila 

 

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Cuento breve recomendado: «Las ciudades y los intercambios 1», de Italo Calvino

A ochenta millas de proa al viento maestral, el hombre llega a la ciudad deEufemia, donde los mercaderes de siete naciones se reúnen en cada solsticio y en cada equinoccio. La barca que fondea con una carga de jengibre y algodón en rama volverá a zarpar con la estiba llena de pistacho y semilla de amapola, y la caravana que acaba de descargar costales de nuez moscada y de pasas de uva ya lía sus enjalmas para la vuelta con rollos de muselina dorada.