El origen del nombre de Neruda (Segunda parte)

 

Norman Neruda, Pablo Neruda, Erntesto Bustos Garrido
Fotografía 1.- Guillermina, Norman Neruda, Lady Halle, tres nombres, una sola identidad

El origen del seudónimo de Pablo Neruda (Parte II) 

Ernesto Bustos Garrido

Hubo de transcurrir más de sesenta años para que el intríngulis sobre el origen del nombre de Pablo Neruda comenzara a transitar por la senda correcta, por la senda de la luz. En este largo período de tiempo (1920-1981) un dato vago, o como se dice también, una noticia sin fuente, se fue transformando en una verdad a medias y luego en una verdad santa, casi un dogma. Y así permaneció por largas décadas. De este modo, el mundo entero masticó y digirió la hipótesis de que el poeta había tomado su nueva denominación del nombre del escritor checo Jan Neruda (1834-1891).

Sin embargo, la “verdad verdadera” al parecer era otra, pero nunca se buscó con acuciosidad. Se aceptaron como ciertos pareceres, creencias, dichos y comentarios, hasta que la llamada “hipótesis ortodoxa”, la de Jan Neruda, se convirtió en un mito. El mismo poeta contribuyó con sus respuestas imprecisas a afianzar y darle cuerpo a un hecho que carecía de pruebas contundentes. Para dilucidar la incógnita fue necesario que en el curso de los años ochenta algunos estudiosos de la obra de Neruda prestaran atención a los detalles de su existencia, pero particularmente a las fechas, a fin de arribar a la verdad, o al menos a una respuesta satisfactoria sobre tan espinudo tema.

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El origen del seudónimo de Pablo Neruda (Primera parte)

«Pablo Neruda nunca quiso aclarar aquello de su nueva identidad como Pablo Neruda, que adoptó siendo casi un niño, a manera de nombre poético. Muchas veces le preguntaban el origen de esa forma de “apellidarse”, y solía contestar con evasivas, dejando aún más enredado el caso». E.B.G.

El origen del seudónimo de Pablo Neruda (Primera parte)

Por Ernesto Bustos Garrido

Pablo Neruda nunca quiso aclarar aquello de su nueva identidad como Pablo Neruda, que adoptó siendo casi un niño, a manera de nombre poético. Muchas veces le preguntaban el origen de esa forma de “apellidarse”, y solía contestar con evasivas, dejando aún más enredado el caso. Existen varias historias -o mejor llamémoslas hipótesis- al respecto. Se ha dicho, no una vez, sino cientos, que él mismo tomó el nombre del escritor checo Jan Neruda, acuciado por la necesidad de enmascarar su propia identidad ante la fobia que su padre le tenía a poetas y escritores. Don José del Carmen Reyes Morales, campesino primero, trabajador ferroviario más tarde, hombre de pocas razones, no quería tener un “artista en la familia; eso jamás”. Sin embargo, lo concreto es que cuando el joven Eliecer Neftalí Reyes Basoalto comienza a autonombrarse Pablo Neruda, allá por finales de 1920, él ni siquiera conocía la existencia del escritor checo Jan Neruda, de quien se dice tomó su apellido. De aquí parten las dudas y nacen las especulaciones sobre tan orejudo tema.

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Cuento de Jan Neruda: La mujer que arruinó al pordiosero

 

Jan Neruda, cuento
Escritor checo Jan Neruda. Fuente de la imagen

«La mujer que arruinó al pordiosero» es un cuento del famoso Jan Neruda, el escritor checo cuyo nombre se asoció durante años al nombre de Pablo Neruda. La verdad ortodoxa sobre el  nombre del poeta va en esa línea».

Ernesto Bustos Garrido

Cuento de Jan Neruda: La mujer que arruinó al pordiosero 

Voy a escribir sobre un hecho triste; pero ante mí es como si viera el rostro alegre del señor Vojtisek, ese rostro sano y luminoso, siempre colorado, que, en especial los domingos, me hacía pensar en la carne asada bañada con manteca fresca, que me agrada mucho. Sin embargo, los sábados también –el señor Vojtisek se rasuraba solo los domingos–, cuando la barba blanca le había crecido de nuevo, como nata espesa ornamentando su rostro apetitoso, el señor Vojtisek tenía una apariencia agradable. Su pelo también era atrayente. En verdad no tenía demasiado: le comenzaba a crecer bajo una pelada redondeada y era considerablemente cano, en parte plateado y en parte tendiendo al dorado, pero fino como seda y rodeando la cabeza con delicadeza. El señor Vojtisek siempre tenía el gorro en la mano y se lo ponía solamente si debía pasar por un lugar excesivamente expuesto al sol. En resumidas cuentas, el señor Vojtisek me agradaba mucho; sus ojos celestes brillaban vivamente y su rostro entero era una especie de gran ojo redondo y sincero.

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