Cuento breve recomendado: «Prisa», de Octavio Paz

Tendría unos ocho o diez años cuando escribí mis primeros versos, y después, prosa con la misma dedicación. Todos estos trabajos abarcan más de dos mil páginas. No sé cuál es su valor literario o intelectual; sé, eso sí, que fueron escritos con fe y en respuesta a un llamado juvenil imperioso y ardiente. Desde los lejanos días de mi adolescencia la Literatura ha sido mi constante compañía, la ventana por la que me asomo al mundo y por la que penetro en raros y felices momentos, su verdad prodigiosa. En suma, la Literatura representa no sólo lo que he querido ser sino la ocupación por la que he sacrificado a todas las otras. No tengo más remedio una vez más que confesarlo: soy escritor y la escritura representa mi vocación verdadera.

Cuando era niño oí una anécdota que me impresionó: le preguntaron a Alejandro si quería ser la espada o la trompeta. El respondió sin vacilar: la espada. Si a mí me hubiesen preguntado algo parecido habría respondido lo contrario: la trompeta. Quiero decir la escritura, los signos que proclaman la grandeza y la bondad de los hombres. Fui educado entre los límites si bien severos del estoicismo y el cristianismo. No me enseñaron a venerar a la diosa perra de la fama y a correr con la lengua fuera detrás del éxito mentiroso. La enseñanza de mis maestros fue muy distinta: saber estrechar la mano de nuestro prójimo incluso, y sobre todo, si fuese la mano de un desconocido. Creo que estas ideas y sentimientos influyeron en mí desde el principio. Por más imperfecta o reprobable que haya sido a veces mi conducta, siempre he visto a los otros con la frente alta y un demás de reconciliación.

Octavio Paz

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«A un despojo del vicio», de José Antonio Ramos Sucre

José Antonio Ramos Sucre, A un despojo del vicio
José Antonio Ramos Sucre. Fuente de la imagen

A UN DESPOJO DEL VICIO

José Antonio Ramos Sucre

 

Pábulo hasta entonces de la brutalidad, ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazos amorosos tú, que habías caído y eras casta, reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada, de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historia de tu vida, toda dolor o afrenta.

Expósita sacrificada a algún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotó más tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte sería pública, como tu aparición en el mundo; que algún día vendría ella a libertarte de tus enemigos, la miseria, el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos, registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o de heroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.

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