Juliano el Apóstata es la crónica de la ascensión al poder del protagonista, quien teme ser asesinado por el emperador Constancio, que ha matado ya a sus padres y hermanos, y no quiere que ningún miembro de la familia pueda arrebatarle el trono. Juliano se vale del ardid de dedicarse a la vida eclesiástica y al estudio filosófico para ir sobreviviendo, hasta que las circunstancias lo lleven a ser nombrado César de la Galia y, posteriormente, sucesor de Constancio.
Nadie le iba a echar de menos aquella noche. Eran cerca de las diez en el reloj de la torre de la iglesia y la mayor parte de las familias se disponían a compartir la tradicional cena de Navidad. No sabía bien por qué, pero empezó a pensar que había algo bueno en cada cosa que le estaba sucediendo. Se acurrucó contra la columna de uno de los arcos de la entrada a la iglesia y apretó los dedos contra sus propios costados para calentarse.
Echando mano de la técnica del «Je me souviens» (en español: «me acuerdo») de Georges Perec, José Sánchez Rincón ha conformado un álbum de nostalgias con esos pequeños momentos que con el paso del tiempo se revelan de vital importancia.
Abraham era un hombre bueno, una persona tan decente que su honestidad no merecía ser puesta en duda por nadie. Un día, de forma incomprensible, Dios tentó a Abraham y le dijo: “Toma a Isaac, tu único hijo, y ofrécemelo en holocausto”. Abraham subió a la montaña, ató a Isaac y lo puso sobre el altar de los sacrificios, convencido de que aquello no era más que una prueba del Altísimo, pues pensaba que Éste no iba a desear la muerte de un muchacho tan noble como Isaac
José Sánchez Rincón, a quien ya conocemos por microrrelatos como “El sacrificio de Abraham” y “La centinela” y “La botella“, nos recomienda el cuento “La noche de los feos”, de Mario Bendetti, autor de cuentos imprescindibles como “Los pocillos“.
LA NOCHE DE LOS FEOS
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Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Grandes Libros no es flor de un día. Muy al contrario, se va consolidando como un proyecto a largo plazo. Aunque creé el blog hace poco, ya podéis leer bastantes reseñas de grandes libros como El Gran Gatsby (Scott Fitzgerald), La muerte de la tierra (J.H. Rosny), El discurso vacío (Mario Levrero), El libro del desasosiego (Fernando Pessoa), Rayela (Julio Cortázar), Los habitantes del bosque (Thomas Hardy), El principito (Antoine de Saint-Exupéry) y muchos más. Grandes Libros cuenta por el momento con las aportaciones -los cito según orden de publicación de sus textos- de Francisco Rodríguez Criado, Miguel Bravo Vadillo, José Sánchez Rincón, Victoria Mera y Eduardo Rebollada Casado, y espero que en el futuro colaboren otras personas que quieran transmitir su pasión por los grandes libros.
El teniente Alexander Volkov era un hombre que se sentía orgulloso del deber cumplido. Aquella partida de insurrectos a la que seguían estaba llevando el saqueo y la destrucción por los pueblos leales a la causa bolchevique. No era de vital importancia que la zona fronteriza donde actuaban no hubiera entrado en combate todavía ni que el ejército blanco estuviera a miles de verstas del río Volga.
Los crímenes fueron erradicados completamente de la faz de la tierra en el año X de nuestra era mediante una vacuna.
En el año Y se dejó de sufrir; se descubrieron algunos compuestos sintéticos que daban felicidad total en cada uno de los sentimientos desarrollados en la mente.
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