Cuento de Lafcadio Hearn: Diplomacia

Cuento de Lafcadio Hearn

Os ofrecemos otro apasionante cuento de Lafcadio Hearn (1850-1904), un periodista, y escritor grecoirlandés, muy involucrado en la cultura japonesa, hasta el punto de que se acepta que es uno de los hombres  que la dio a conocer en Occidente. Fue también traductor y corrector de pruebas antes de entrar a trabajar como redactor del periódico The Cincinnati Enquire. Hearn se nacionalizó japonés con el nombre de Yakumo Koizumi.

El cuento que os ofrecemos hoy, titulado «Diplomacia», narra los últimos momentos de un vida de un reo y de cómo este trata de amedrentar a sus verdugos para que le perdonen la vida.

Si te gusta esta narración, te animamos a que leas «Dos historias cortas de Lafcadio Hearn«, que publicamos en su momento.

 

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Dos historias cortas de Lafcadio Hearn

Lafcadio Hearn (1850–1904) fue un periodista, escritor y traductor que realizó una gran aportación al mundo literario: dar a conocer en Occidente la cultura japonesa. Ese nos parece suficiente motivo para presentaros hoy dos de sus cuentos: “El secreto de la muerta” y “En una estación de ferrocarril”.

La primera narración puede ser considerada una historia de terror, mientras que la segunda es más bien un cuento edificante sobre el bien y el mal.

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Cuento breve recomendado: El cerezo de la nodriza

El cerezo de la nodriza, leyenda japonesa
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El relato  “El  Cerezo de la Nodriza” –recopilado por el escritor  grecoirlandés nacionalizado japonés Lafcadio Hearn (1850-1904) en el libro Kwaidan, pronunciado kaidan, que es el nombre generalizado de los cuentos fantásticos y de terror japoneses– es una leyenda que me ha estremecido como pocas y, sin exagerar, me ha causado verdaderos escalofríos

Por cierto, una variante de esta misma leyenda también está incluida en el libro Kwaidan, con el título “Juuroku-zakura”, «El Cerezo del Día Decimosexto».  En esta versión de la historia, es un anciano samurai de la provincia de Iyô quien  ofrece su propia vida mediante el ritual del Seppuku –la palabra que se utiliza comúnmente en Japón para denominar lo que nosotros conocemos como “harakiri–  para que el querido cerezo bajo el que jugaba en su niñez y que ya estaba marchitándose pudiera recuperar su esplendor. El espíritu del samurái entró en el cerezo, y desde entonces el árbol siguió floreciendo en el día decimosexto del mes primero cada año.

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