Microrrelato de Leonard Michaels: Después de discutir
Algunas veces, después de pelearnos, íbamos al cine. Era como ir a la iglesia. Entrábamos, encontrábamos un lugar, nos poníamos de cara a la luz y dejábamos que la vida cotidiana se esfumara mientras sucumbíamos a la vasta imaginación comunal. En los cines de sesión continua de la calle cuarenta y dos nos sentábamos en gayola entre fumadores y tipos que comían palomitas, tipos con dedos que hurgaban, tipos con bocas que no paraban de masticar. Otros chupaban chocolate, lamían helados, hacían ruido con las envolturas de los caramelos. Borrachos y chiflados hablaban con la pantalla. Los vagabundos escupían al suelo. Era el cine más honesto que existe, un lugar para la gente de Manhattan que no dormía, como el zoo pero, dentro del anonimato masivo, un sentimiento privado.