Historias de la palma de la mano

 

Yasunari Kawabata. Historias de la palma de la mano
Yasunari Kawabata. 

Yasunari Kawabata (1899-1972), premio Nobel de literatura en 1968, conocido sobre todo por sus novelas (El país de la nieve, La casa de las bellas durmientes, etcétera), escribió entre 1921 y 1972 una colección de relatos muy breves. De los ciento cuarenta y seis relatos que escribió durante estas décadas, Austral recogió setenta en una económica edición de bolsillo con el título Historias de la palma de la mano (2011), con prólogo y traducción de Amalia Sato.

El que ahora os ofrezco, «El episodio del rostro de la muerta», de 1925, es uno de mis preferidos.

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Cuento breve recomendado: «Esperando», de Osamu Dazai

Osamu Dazai (1909-1948). Fuente de la imagen
“Osamu Dazai, seudónimo de Tsushima Shuji, es uno de los escritores modernos más apreciados en Japón. Décimo hijo de una familia acomodada, Dazai estudió literatura francesa en la universidad de Tokio. Desheredado por su padre a causa de una relación con una geisha de bajo rango y acuciado por su adicción a la morfina y el alcohol, Dazai intentó suicidarse en cuatro ocasiones. Autor de varios libros de relatos y de dos novelas, el reconocimiento no le llegaría hasta la publicación, tras la segunda guerra mundial, de Indigno de ser humano y El ocaso. En 1948, pocos meses después de la publicación de Indigno de ser humano y una semana antes de cumplir cuarenta años, se suicidó con su amante en Tokio arrojándose a un canal del río Tama”.
Fuente: Salajín Editores

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Cuento breve recomendado: «Un cuerpo de mujer», de Ryunosuke Akutagawa

Ryunosuke Akutagawa, rodeado de los suyos. Fuente de la imagen


Akutagawa es uno de los autores más problemáticos, inquietantes y discutidos del siglo XX, no sólo muy conocido en Japón, sino también en Occidente. Escribió más de cien relatos, además de ensayos críticos, crónicas de viajes y páginas de diario, mediante las cuales es posible reconstruir su compleja personalidad, tanto de hombre como de escritor. En su último año de universidad publicó su cuento más célebre, Rashomon (1915). Su frágil salud y sus nervios se resintieron muy pronto y comenzó a padecer crisis nerviosas, angustia y alucinaciones visuales y a atormentarse con el fantasma de la locura; desde ese momento su escritura adquirió un tono más desesperanzado e irónico, aunque sin abandonar los imperativos de claridad y lucidez que se había impuesto desde el principio; como escribió Borges, «la extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido». Antes de suicidarse, a los 35 años de edad, dejó, a modo de explicación, una carta a un amigo titulada Apuntes para un viejo amigo, que termina con estas palabras: «Nosotros los humanos, siendo animales humanos, tenemos un miedo animal a la muerte, la así llamada vitalidad no es otra cosa que fuerza animal. Yo mismo soy uno de esos animales humanos. Mi sistema parece gradualmente haberse liberado de esa fuerza animal, teniendo en cuenta el poco interés que me queda por el alimento y las mujeres. El mundo en el que estoy ahora es uno de enfermedades nerviosas, lúcido y frío. La muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, aunque suene paradójico, encuentro la naturaleza más hermosa que nunca. Yo he visto y entendido más que otros y, en esto tengo cierto grado de satisfacción, a pesar de todo el dolor que hasta aquí he soportado.»

M.D.R.




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Cuento breve recomendado: “La fe de Wei Sheng”, de Ryunosuke Akutagawa

Escritor japonés Ryunosuke Akutagawa. Fuente de la imagen

Mientras era estudiante, Akutagawa usó la palabra occidental logos para referirse al impulso vital como a un «Intelecto Supremo» ajeno al bien y al mal. Sin embargo, sus personajes, traspasados por pasiones e instintos, llevan en ellos el principio del caos de las fuerzas irrefrenables de la naturaleza. Este «Intelecto Supremo» en el que creía de joven fue poco a poco reemplazado por la idea de que esta fuerza vital no era más que la energía animal que anida en todos los hombres oculta bajo un barniz de civilización que desaparece en las situaciones extremas. En su nota de suicidio, Akutagawa dice que una de las razones que le llevaron a esa circunstancia era la consciencia de estar perdiendo su energía vital «como lo demuestra el hecho de que he perdido el apetito por la comida y las mujeres». La importancia que atribuye a la fuerza que le permitía ser el amo de su vida y su muerte ha llevado a considerar su suicidio como un acto de orgullo, una vindicación del arte, de la nobleza de la vida humana.

Alfredo Elejalde F.

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