Relato corto de Edgar Allan Poe: Cuento de Jerusalén

El relato corto “A Tale of Jerusalem”, de Edgar Allan Poe , fue publicado por primera vez en 1832. Julio Cortázar  lo tradujo al castellano en 1953. No fue Cortázar un traductor casual de la obra de Edgar Allan Poe, un profesional al que una editorial encarga un trabajo más. Muy al contrario, Cortázar era un entusiasta del genio estadounidense desde su infancia. La tarea de traducir a Poe, que le llevó nueve meses, la realizó durante unas vacaciones en Italia. Una forma de compaginar placer y trabajo, podría decirse.

Cortázar comenzó a leer a Edgar Allan Poe siendo niño, a los nueve años, en una traducción de Blanco Belmonte. Cortázar recuerda aquella época como algo fascinante y terrible a la vez, pues la lectura de aquellas historias de misterio y terror le provocó terrores nocturnos que no superó hasta bien entrada la adolescencia.

Os dejo uno de los cuentos de Poe, traducido, cómo no, por Cortázar: Cuento de Jerusalén.

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Cuento de Jack London: Descrédito

«El cuento ocupa un eje motor esencial (al menos en sentido bautismal: germen o fuente de desencadenamiento) de la gran narrativa estadounidense de este siglo, incluidas sus variantes más baratas y populares, como la llamada literatura pulp, desde la que (basta un nombre para zanjar la cuestión) escritores como Dashiell Hammett alcanzaron exquisiteces, prodigios de refinamiento, en lo relativo a la, muy compleja y enigmática, alquimia de la formalización del relato corto. Hay quien hace retroceder este rasgo medular de la narrativa norteamericana del siglo XX hasta las estrechuras fundacionales del siglo anterior, y en concreto hasta el humo de la pipa de opio de Washington Irving y los vapores de la garrafa de ginebra de Edgar Allan Poe. Lo cierto es que hay, disperso en decenas y decenas de volúmenes, un vasto esfuerzo biográfico y analítico que conviene en considerar el relato corto inundado de alcohol como la materia formalmente distintiva, la bandera o el estandarte de la identidad literaria de la escritura de un país (de Ambrose Bierce a Jack London, Ring Lardner, Capote, O´Henry y Raymond Carver, entre otros) y un tiempo donde Fitzgerald y Hemingway, que apenas se parecían entre sí ni como literatos ni como personas, ejercieron, de manera efímera pero intensa, una especie de función nacional totémica, identificadora de multitudes».

Ángel Fernández-Santos, El País.

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Cuento corto de Stephen Crane: El fallo del sabio

Cuento de Stephen Crane,

Un pordiosero se arrastraba entre lamentos por las calles de una ciudad. Un hombre se acercó, le ofreció un poco de pan y dijo:

—Te doy esta hogaza debido a las palabras de Dios.

Otro se acercó, le ofreció un poco de pan y dijo:

—Toma esta hogaza; te la doy porque estás hambriento.

Los habitantes de aquella ciudad competían por ver quién era el hombre más piadoso, y el caso de los regalos al pordiosero suscitó una disputa. La gente se apiñaba y discutía con fervor. Finalmente, recurrieron al pordiosero, pero este hizo una humilde reverencia al suelo, impropia de alguien de su clase, y respondió:

—Lo más curioso es que las hogazas de pan eran del mismo tamaño. ¿Cómo puedo decidir yo cuál de los dos hombres me dio su pan de forma más misericordiosa?

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Cuento de Charles Bukowski: Se busca una mujer

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Charles Bukowski, un escritor visceral

Por Ernesto Bustos Garrido

 

A Henry Charles Bukowski (Heinrich Karl Bukowski), nacido en Andernach, Renania-Palatinado, Alemania, el 16 de agosto de 1920  y fallecido en Los Ángeles, California, Estados Unidos, 9 de marzo de 1994, le han llamado de todo: escritor maldito, escritor sucio, enfermo, degenerado, puto, esperpento. El narrador peruano Julio Ribeyro lo ha nombrado como un escritor visceral; esto es más justo y más cercano a la verdad. Dice que el autor de La máquina de follar y Mujeres escribía desde las tripas, y Ribeyro se preguntaba por qué en Perú y en otras latitudes no surgían autores de esa calaña. “Casi todos los que hay o que aparecen –sostiene Ribeyro–, son muy buenos escritores, responden a la academia y conocen las reglas y los códigos del buen contar”.

Hay bastante razón en estas palabras. Charles Bukowski cuando escribía no se parecía a nadie. No tuvo referentes y si los tuvo, uno de ellos fue Hemingway, a quien admiraba por la fuerza y la solidez de sus oraciones. “Bukowski –apunta finalmente Ribeyro–, logró crear un estilo peculiar, un estilo “bukowskiano” y ha quedado así en la historia de las letras. Veamos un ejemplo.

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Cuento de Cristina Peri Rossi: Entre la espada y la pared

Cuento de Cristina Peri Rossi
Cristina Peri Rossi. 

Cuento de Cristina Peri Rossi: Entre la espada y la pared

El espacio que queda entre la espada y la pared es exiguo. Si huyendo de la espada, retrocedo hasta la pared, el frío del muro me congela; si huyendo de la pared, trato de avanzar en sentido contrario, la espada se clava en mi garganta. Cualquier alternativa, pues, que pretenda establecerse entre ellas, es falsa, y como tal, la denuncio. Tanto el muro como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi muerte, por lo cual me resisto a elegir. Si la espada fuera más benigna que el muro, o la pared, menos lacerante que el filo de aquella, cabría la posibilidad de decidirse, pero cualquiera que las observe –la espada, la pared– comprenderán enseguida que sus diferencias son sólo superficiales. Sé que tampoco es posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el corto espacio que media entre la pared y la espada. No sólo el aire se ha enrarecido, está lleno de gases y de partículas venenosas: además, la espada me produce pequeños cortes (que yo disimulo por pudor) y el frío de la pared congestiona mis pulmones, aunque yo toso con discreción. Si consiguiera escurrirme (imposible salvación), la espada y el muro quedarían enfrentados, pero su poder, faltando yo entre ambos, habría disminuido tanto que posiblemente el muro se derrumbara y la espada enmoheciera.

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Cuento breve recomendado: «Cuánto se divertían», de Isaac Asimov

Margie estaba desilusionada. Había abrigado la esperanza de que se llevaran al maestro. Una vez, se llevaron el maestro de Tommy durante todo un mes porque el sector de historia se había borrado por completo.
Así que le dijo a Tommy:
-¿Quién querría escribir sobre la escuela?
Tommy la miró con aire de superioridad.

Cuento breve recomendado: «El regalo de los Reyes Magos», de O. Henry

«En la mayoría de los mejores cuentos de O. Henry, escritos en los primeros años del siglo XX, se valora principalmente el final imprevisto y los giros repentinos de la trama al final del relato. Muchos cuentos tienen lugar en la ciudad de Nueva York y retratan generalmente personajes normales y corrientes como dependientes, policías, camareras. Su obra más conocida, Los cuatro millones, hace referencia al número de habitantes de la ciudad de Nueva York a comienzos del siglo XX, y al hecho de que cada uno de estos habitantes constituía para O. Henry «una historia digna de ser contada».

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Cuento breve recomendado: «El extraño», de Howard Phillips Lovecraft

 

Cuento de Lovecraft
Lovecraft. Fuente de la imagen

Uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos aprisionan y frustran nuestra curiosidad de indagar en las infinitas regiones del cosmos, lejos de nuestro análisis y más allá de nuestra visión. Estos cuentos enfatizan el elemento del horror, porque el miedo es nuestra emoción más fuerte y profunda, y aquella que mejor se presta a desafiar los cánones de las leyes naturales. El horror, lo desconocido y lo extraño, están siempre estrechamente conectados y tan íntimamente unidos que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la alienación cósmica y de lo llegado del exterior sin basarla en el sentimiento de miedo y terror. La razón por la cual el factor tiempo tiene un papel tan importante en muchos de mis relatos se debe a que este elemento se destaca en mi mente como la cosa más profunda, dramática, espantosa y terrible del Universo. Siento que el conflicto con el tiempo es el tema más poderoso y prolífico de toda expresión humana.»

Howard P. Lovecraft 

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Cuento breve recomendado: «Fábula», de Robert Fox

Robert Fox
Portada de Ficción súbita, Edición a cargo de Robert Shapard y James Thomas (Anagrama, 1986)

 

“El cuento, cuando es realmente muy corto -una, dos, dos páginas y media-, debería poder leerse como un poema. O sea, despacio. La gente que gusta de saltarse páginas no puede saltárselas con un cuento de tres páginas.
Grace Paley

FÁBULA

(cuento)

Robert Fox (Estados Unidos, 1952)

El joven iba perfectamente afeitado y pulcramente vestido. Era un lunes muy de mañana, y se metió en el metro. Era el primer día de su primer empleo, estaba un poco nervioso. No sabía con exactitud en qué iba a consistir su trabajo. Aparte de esto, se encontraba perfectamente bien. Toda la gente le veía bien. Le caían bien los transeúntes, los que se metían en el metro, y le caía bien el mundo, porque el día era claro y bueno, y él iba a empezar su primer empleo.

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Norman Mailer: «Tres de cada cuatro entrevistadores no habrán leído tu libro»

Norman Mailer, entrevistadores
Norman Mailer rodeado de entrevistadores

Norman Mailer: «Tres de cada cuatro entrevistadores no habrán leído tu libro»

«¡Ah, publicidad! Uno ha escrito un libro y el editor pretende moverlo un poco -surge la leve esperanza de que se convierta en un best seller– y de ese modo el autor está listo para hacer una gira y llamar un poco la atención. 

Creo que para cualquier novelista que haya tenido mucho éxito pronto, como Capote y Vidal y Styron lo tuvieron, no era automático o fácil considerar a las demás personas con un interés simple, porque, hablando en general, ellas estaban interesadas en nosotros. Uno nunca es más consciente de su vanidad que cuando está en una gira publicitaria. Eres el centro de atención. Pero hay un precio. Además, eres un objeto que va a ser manipulado con la mayor eficacia posible. Cabe la posibilidad de que la carrera de los entrevistadores de los medios crezca  o caiga un poco según el modo en que te manejen.

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