“La escritura de Schwob, lejos de los decadentistas y simbolistas que predominaban en su época, denota un talento especial para conjugar la invención y la fábula. Es una escritura fluida y envolvente, elegantemente erudita, sorpresiva e inquietante, y cuya arquitectura narrativa está perfectamente aquilatada. Pero lo más destacable de Schwob, como testimonia Paul Léautaud en sus Diarios, era su curiosidad incesante: leyendo enfebrecidamente, queriendo conocer —sin método ni disciplina— toda novedad de sus coetáneos, analizando y «deconstruyendo», sin ánimo de competencia o descrédito, las formas y filiaciones de sus lecturas. Sus amigos (Renard, Remy de Gourmont, Valéry, Colette, Claudel, Anatole France, Oscar Wilde, Stevenson…) le consideraban una biblioteca andante. Esa inteligencia se complementaba con su simpatía y bonhomía; virtudes que explican la cantidad y calidad de sus amistades. Cuando su vida se apagó en su apartamento de la calle Saint-Louis-en-l’Ile, a todos los que tuvieron la fortuna de tratarle se les enlutó el alma”.Alberto Hernando
Marcel Schwob
Cuento breve recomendado: «La cruzada de los niños», de Marcel Schwob
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La Cruzada de los niños, de Gustave Doré. Fuente de la imagen |
Unos años después de finalizada la Cuarta Cruzada (1201-1204), en 1212 y bajo el papado de Inocencio III, tuvo lugar la que se conoce como “Cruzada de los Niños”, unos extraños y sorprendentes sucesos de los que existen diversos y contradictorios testimonios cargados de fantasía, hasta crear una extensa leyenda, que, aunque parece estar basada en algunos hechos reales, es aún objeto de debate entre los historiadores. Muestro a continuación una versión resumida de aquellos hechos, tomada de varias crónicas medievales.
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Cuento breve recomendado: «La flauta», de Marcel Schwob
Marcel Schwob fue alguien desde joven conmocionado por la lectura de La isla del tesoro, de Stevenson, y posteriormente por los otros libros de este autor, con el que llegó a intercambiar una breve correspondencia. La isla del tesoro fue un libro que le impresionó como nada antes lo había hecho, lo leyó bajo la luz vacilante de una lámpara de ferrocarril: «Los cristales del vagón se teñían del rojo de la aurora meridional cuando desperté del sueño de mi libro. Como Jim Hawkins tenía ahí ante mis ojos a John Silver y su botella de ron».
Enrique Vila-Matas