Cuento corto de María del Carmen Pérez Cuadra: Sin luz artificial
Desde el fregadero se puede ver hacia la calle sin ser visto. El vidrio de la ventana es de doble acción, él siempre creyó que las revistas Vanidades dan buenas ideas. Los heliotropos se han marchitado y la niña de las flores hace ya casi una semana que no aparece. Muriel es un hombre maduro pero tiene la piel suave y firme, como las nalgas de un adolescente. Se ha rasurado el pecho para verse más provocativo, y se pasea a caballo con la mitad del cuerpo desnudo, sus cabellos teñidos de rubio parecen naturales sobre su piel cobriza. Lo veo desde aquí, desde mi muralla de platos sucios. Conquistar nuevas mujeres, confiando quizá en que nadie puede verlo. No sabe, nunca ha entrado a mi cocina. Muriel vive frente a mi casa. A veces sus amantes se acicalan, como parte del rito furtivo, frente al espejo de mi ventana. Mido sus pechos con respecto a los míos, imagino si caben perfectamente en las manos tibias de Muriel. Observo detenidamente la curvatura de los cuellos sintiendo a veces el temblor tibio de sus besos… él es como un dios perverso que las ama y las desecha como estopas de naranja.