Cuento de Francisco Rodríguez Criado: Ni Kafka ni Max Brod

A la vuelta de mi estancia en Brasil me contaron con todo detalle el asunto de mi amigo M., quien, sintiéndose víctima de un galopante cáncer de pulmón, le había entregado una pila de manuscritos inéditos al que entonces era su editor. A mi amigo, en su día un famoso escritor, le habían hospitalizado por segunda vez en dos semanas y eso, a su juicio, bien merecía una decisión trascendental.

–Si de veras me aprecias –le dijo solemnemente al editor al tiempo que una corpulenta enfermera entraba en la habitación para suministrarle la medicación–, hazme un favor: quema todos mis manuscritos. No valen nada y no me gustaría, una vez muerto, verlos publicados por algún familiar desaprensivo.

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