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Jesús Fernández Santos perteneció a la generación literaria española denominada “del medio siglo” pero, a diferencia de otros miembros del llamado “realismo social”, no hay en su obra una denuncia sistemática de tipo político de la penosa situación de aquellos tiempos. Aunque sí es cierto que en sus obras critica las tristes situaciones de la postguerra -inmediata o algo más prolongada-, como es el caso de la emotiva historia que hoy nos ocupa, en la que el tema central es la miseria y la soledad de unos seres indefensos y desvalidos a las que se aúnan el miedo, el dolor, la enfermedad y la muerte.
De los dos protagonistas apenas conocemos nada: un niño pequeño de unos diez años muy enfermo, parece ser que de tuberculosis, y el otro personaje, un muchacho mayor que lo acompaña, intenta ayudarlo y animarlo con cariño y ternura, pero que es consciente de que nada se puede hacer, y es quien, como narrador testigo, cuenta en primera persona la historia, y refuerza así el tono objetivo del relato. No está clara cuál es la relación entre ambos. Por el primer párrafo podemos suponer que el narrador protagonista se ha encontrado con el chico abandonado, necesitado y enfermo, tal vez huérfano u hospiciano -cabeza rapada- y se ha compadecido de él, pero nada se sabe de la historia anterior de los dos pues todo el relato está plagado de omisiones y silencios significativos.