Microrrelato escondido de Nona Fernández: [El palacio del repuesto]

Nona Fernández, microrrelato
Escritora y actriz Nona Fernández

Hoy es la última vez que piso este barrio de repuestos. Ha sido tanto el tiempo que he pasado recorriendo estas calles buscando las piezas que necesitaba, que nunca pensé que llegaría este momento. Todos los días me bajé de la 567 en la esquina de Diez de Julio con Madrid y caminé cincuenta y tres pasos hasta llegar al Palacio del Repuesto. Aquí me detuve tantas veces a mirar la fachada. Manubrios, antenas, tuercas de todos los tamaños, gomas, metales. Un sector importante del Palacio del Repuesto está destinado a los parachoques. Otro a los focos. Los hay de color naranjo, rojo, amarillo y blanco. Los focos son los repuestos que más salen. Lo sé porque a veces deben vender hasta los que se encuentran en la fachada (la vitrina) a modo de exhibición. Los repuestos del Palacio del Repuesto son innumerables. Si alguien ha quebrado un espejo, si le han robado las tapas de las ruedas, los parabrisas, los parlantes de la radio, la antena, si ha chocado un foco, abollado una puerta, se ha hecho mierda el tapabarro, en el Palacio del Repuesto, y si no es allí, en cualquier casa de Diez de Julio encontrará el accesorio que necesita. La Casa de la Citrola, El Reino del Tapabarros, el Rincón de la Tuerca, El Castillo del Espejo. Trece cuadras y media destinadas a entregar un repuesto tan bueno como la pieza que se perdió.

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Microrrelato escondido de Lajos Zilahy: Viaje final con mi padre

 

Lajos Zilahy, microrrelato escondido
Portada de El alma se apaga, de Lajos Zilahy

Microrrelato escondido de Lajos Zilahy: Viaje final con mi padre

Son las seis de la mañana. Otoño, noviembre. Afuera, empieza a amanecer. El tío Sámi barre el patio. La escoba de ramas, al frotar la tierra, produce un ruido frío y áspero. No he dormido en toda la noche, y ahora estoy levantado para hablar por última vez a mi padre.

Papá yace en la oficina. Todos los muebles han sido quitados; las paredes están cubiertas con colgaduras negras, y el ataúd está colocado en el centro de la estancia.

Entro en puntillas a la fría cámara y me quedo de pie contemplando a mi padre. El féretro está colocado de tal modo que la débil luz que penetra por la ventana ilumina el pálido rostro. Su frente parece estar más combada; en sus cabellos caídos hacia atrás hay canas que antes no había visto. Afuera las enrojecidas nubes del alba otoñal vuelan apresuradas y, por contraste, parece que el piso se estremece bajo mis pies y que esta tenebrosa estancia, con mi padre y conmigo, navega hacia quién sabe qué eternidad maravillosa, cuyo misterio presiento infinitamente próximo. 

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Microrrelato escondido de Alberto Méndez

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Soldados franquistas conducen a milicianos republicanos. foto: Getty

 

Microrrelato escondido de Alberto Méndez en Los girasoles ciegos

(Hallado por Ernesto Bustos Garrido)

Serían ya las ocho de la mañana cuando llegaron a Arganda del Rey. Todo estaba preparado. Un muro de mampostería, resto de un establo derruido, una explanada, un pelotón de fusilamiento y una cadena de guardianes aportaron todo lo necesario para la ejecución. Otros camiones, otros condenados, otras desesperaciones se sumaron a la ceremonia. Un sacerdote con estola morada rezaba en latín rutinarias imploraciones de misericordia. Eran casi un centenar y tuvieron que agolparse para no exceder la dimensión del muro. Unos instantes de silencio para que el sacerdote terminara su plegaria, que concluyó con una bendición trazada en el aire con la languidez de un adiós entristecido e inmediatamente “Pelotón”, silencio, “Apunten”, silencio “Fuego”. 

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Microrrelato escondido de Ricardo Piglia en «La ciudad ausente»

 

 

Microrrelato escondido de Ricardo Piglia

Microrrelato escondido de Ricardo Piglia en La ciudad ausente

El Hotel Majestic, con su entrada de mármol y sus paredes descascaradas, estaba ahí, en Piedras y Avenida de Mayo. Al final de la escalera, en un entrepiso, había un mostrador y atrás un viejo que acariciaba un gato barcino, con la cara pegada a la trompa. Junior vio un pasillo alfombrado, varias puertas cerradas y la entrada de un sótano. Se detuvo, cauteloso, y prendió un cigarrillo.

-Este animal, así como lo ve –dijo el viejo sin levantar la cara–, tiene quince años. ¿Usted sabe lo que es esa edad para un gato? –Hablaba arrastrando las palabras con una entonación entre respetuosa y ladina, el cuello flaco hundido en una chaqueta de cordero y y con solapas de lustrina. Estaba arrinconado entre el tablero de las llaves y una mampara de vidrio y sostenía el gato sobre el mostrador. El animal se empezó a mover torpemente, el lomo arqueado, las patas chuecas–. Es un milagro de la naturaleza este animal. Entiende como si fuera una persona. Lo traje del campo y nunca salió de acá. Un gato gaucho. –Al sonreir se le achicaban los ojitos–. Entrerriano.

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Microrrelato escondido de Haruki Murakami: [Nota al margen]

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Fuente de la imagen

Microrrelato escondido de Haruki Murakami: [Nota al margen] 

Los sábados, ella pasaba la noche en el apartamento de Tsukuru, igual que había hecho Haida poco tiempo atrás. Los dos hacían el amor durante horas. A veces hasta que amanecía. Mientras lo hacían, él se esforzaba por pensar solo en ella y en su cuerpo. Concentraba sus sentidos, apagaba el interruptor de la imaginación, y mantenía lo más alejado posible todo lo que no estaba allí: los cuerpos desnudos de Shiro y Kuro, los labios de Haida.

Como ella tomaba anticonceptivos, podía eyacular dentro sin miedo. Ella disfrutaba de sus relaciones y parecía satisfecha. Cuando alcanzaba el orgasmo, gemía de una manera peculiar. “Todo es normal. No me pasa nada”, le tranquilizó Tsukuru. Gracias a ello dejó de tener sueños eróticos.

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Microrrelato escondido de Indro Montanelli


La primera entrada del diario de Indro Montanelli, Cuentas conmigo mismo. Diarios (1957-1978), aun siendo no ficción se lee como un microrrelato.
Para situarnos, Montanelli fue un prestigioso periodista italiano, a su vez escritor y divulgador histórico (suyos son los famosos libros Historia de Roma e Historia de los griegos), y Leo Longanesi (1905-1957), amigo de Montanelli, fue periodista, escritor, humorista, dibujante y fundador de la editorial que lleva su nombre.

1957

27 de septiembre: Una llamada desde Milán me informa de que Longanesi ha muerto. Le ha dado un infarto ante su mesa de trabajo, sobre la que estaba desplegada una carta mía de hace diez días, que empezaba así: «Querido Leo, esta noche he soñado que habías muerto…».

Indro Montanelli, Cuentas conmigo mismo. Diarios (1957-1958), La Esfera de los Libros, 2011

 

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Microrrelato escondido de Daniel Mason: [Comprando un poema]

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microrrelato escondido, Daniel Mason
Escritor Daniel Mason. Fuente de la imagen

Ernesto Bustos Garrido, periodista chileno de prensa escrita, ex director de publicaciones como El Correo de Valdivia y El Austral de Temuco, nos ha enviado este microrrelato escondido que puede leerse en El afinador de pianos, de Daniel Mason.

En palabras de Bustos Garrido:

En la página 90 de la novela El afinador de pianos de Daniel Mason (Narrativa Salamandra) se encuentra este breve episodio que describe una escena en una estación del ferrocarril, en la India. El relato tiene comienzo, desarrollo y final, o como lo llamen los expertos. La descripción basada en el diálogo de los personajes le confiere dramatismo al episodio.

 

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Microrrelato escondido de C.S. Lewis: La Señora Atareada

C.S. Lewis. Fuente de la imagen
Cada cierto tiempo, siguiendo la estela de Alberto Manguel, publico en el blog aquellos microrrelatos escondidos que encuentro aquí y allá. Me refiero a minificciones dentro de obras de entidad mayor que podrían ser considerados microrrelatos en sí mismos, de manera independiente, aunque no fuera ese el objetivo de su autor cuando lo escribió.
Un amigo ha detectado uno de esos microrrelatos escondidos en Los cuatro amores, de C.S. Lewis, que quiero compartir con vosotros.

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