
Hoy es la última vez que piso este barrio de repuestos. Ha sido tanto el tiempo que he pasado recorriendo estas calles buscando las piezas que necesitaba, que nunca pensé que llegaría este momento. Todos los días me bajé de la 567 en la esquina de Diez de Julio con Madrid y caminé cincuenta y tres pasos hasta llegar al Palacio del Repuesto. Aquí me detuve tantas veces a mirar la fachada. Manubrios, antenas, tuercas de todos los tamaños, gomas, metales. Un sector importante del Palacio del Repuesto está destinado a los parachoques. Otro a los focos. Los hay de color naranjo, rojo, amarillo y blanco. Los focos son los repuestos que más salen. Lo sé porque a veces deben vender hasta los que se encuentran en la fachada (la vitrina) a modo de exhibición. Los repuestos del Palacio del Repuesto son innumerables. Si alguien ha quebrado un espejo, si le han robado las tapas de las ruedas, los parabrisas, los parlantes de la radio, la antena, si ha chocado un foco, abollado una puerta, se ha hecho mierda el tapabarro, en el Palacio del Repuesto, y si no es allí, en cualquier casa de Diez de Julio encontrará el accesorio que necesita. La Casa de la Citrola, El Reino del Tapabarros, el Rincón de la Tuerca, El Castillo del Espejo. Trece cuadras y media destinadas a entregar un repuesto tan bueno como la pieza que se perdió.