“Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre,
y eso es lo que realmente somos”.
José Saramago.
Se sienta frente al espejo y se quita la máscara. En un alarde de inspiración, el actor se pregunta si debajo de aquel disfraz no habrá muchos otros encubriendo su verdadero ser. Entonces, no bastándole con haberse desprendido de su personaje, decide no volver a aparecer en público hasta haber descubierto su yo auténtico. «Debo alcanzar esta meta aunque sea pasando hambre», se dice, haciendo suyas las palabras de Séneca. Cargado de paciencia, comienza a despojarse de todo lo artificioso que encuentra en sí mismo: prejuicios y apariencias que había ido acumulando a lo largo de toda una vida de sufrimiento y sueño. Pero cada vez que cree haber alcanzado su genuina e incontestable naturaleza, no tarda en preguntarse, suspicaz, si aquello no será otra máscara. “El mundo es el escenario donde los hombres –personajes que adoptamos infinidad de máscaras– representamos el teatro de la vida. Entonces, ¿qué puede haber bajo una máscara, sino otra?”, reflexiona.