Tildes. El bigote de las palabras
Imaginemos que el lector pretende redactar y enviarle una carta a su tío Alfredo, un académico de la lengua jubilado que se ha ido recientemente a hacer las Américas. Nuestro querido lector, estimulado por sus ínfulas de personaje de novela decimonónica, pretende hacer todo el proceso a la antigua usanza y usar papel y pluma, sobre y sello. Y como perfeccionista que es, le asusta parir una carta chapucera, más aún a sabiendas de que el destinatario va a ser su ilustre tío. La intención es buena, pero tiene muchas dudas con las tildes, siempre las ha tenido. Si redactara la epístola en el ordenador, el corrector del procesador de textos haría saltar las alarmas cuando escribiera “lagrimas” en vez de “lágrimas”, “facil” en vez de “fácil” o “cafe” en vez de “café”. Pero, insisto, quiere hacerlo a la manera “artesanal”.
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