En esta historia corta, Rafael Dieste consigue atraparnos desde el primer párrafo al compartir la duda del personaje narrador: ¿qué pasa si cuando estás portando el ataúd de un amigo sientes que está vivo? No estás seguro, pero así lo crees. Y en esa circunstancia, ¿qué hacer? ¿Decir alegremente «el pobre muerto no está tan muerto», y arriesgarte a hacer el ridículo…?
Esta es otra narración breve sobre el tema de la muerte, en este caso hilada de tal forma que acabamos por solidarizarnos con el personaje-narrador, incapaz de tomar una decisión en el momento del entierro.