Raúl Hernández Viveros.
«Me asomaba en la fuente del jardín. Allí contemplaba en el fondo del agua los peces rojos. Intentaba capturar por instantes un pez. Pude aprehender la piel escamada del más grande, pero de un solo movimiento se alejó. Otra vez, uno mediano saltó cayendo fuera. Con mis pequeños dedos, lo tomé arrojándolo hacia la superficie brillante como un espejo. Advertí, en el reflejo, el color brillante de mis ojos, y sentí que ya no era un niño.
El estanque se llenó de algas y lirios. Trascurrieron algunos veranos, Fueron tantos que ni siquiera en sueños recordaba aquellas escenas. Luego de varios años, me decidí a rehacer algunas imágenes, y volví a mi lugar de origen».